Reto Nº 4 Prosa
Ella era una hermosa y atractiva muchacha, vivía muy cerca de mi casa en nuestros tiempos juveniles, hija de una familia numerosa y de recursos económicos estables, su padre profesional, su madre además de estupenda y atractiva, muy elegante, una dueña de casa dedicada y acogedora anfitriona de sus frecuentes invitados que compartían su afición por el juego de bridge con su esposo, políticos, profesionales destacados.
Vivían en una antigua casona de estilo colonial muy bien cuidada, de espacios grandes y luminosos y jardines con dalias y rosas que detenían el pasar de los transeúntes.
Ella era gentil, simpática, de muchos amigos y pretendientes, su casa era el centro de reunión frecuente de todos los amigos que vivíamos en el mismo barrio, estudiaba el tercer año de carrera universitaria cuando lo conoció a El.
El era un joven muy guapo, algún día Ella y El serían
“colegas”, formados en distintas Universidades. Su familia vivía en provincia, El en la capital en casa de un familiar. Era el menor de ocho hermanos, todos varones, su padre, un hombre bastante mayor que la madre, machista y exigente que obligó a sus hijos a zanjar sus diferencias con guantes de box, los educó en la permanente competencia de ser siempre el mejor. El siempre se llevaba la peor parte, el empujón a la pasada, el tirón de orejas porque si, o agresiones, desde mi
propio punto de vista, malvadas. En la provincia vivían en una población de emergencia luego de perder absolutamente todo a causa del terremoto de 1939. La madre, una mujer preciosa, entregada en matrimonio por sus hermanos a sus dieciséis años, era fría como la escarcha, de mirada gélida a pesar de sus hermosos ojos de color indescriptible.
Ella y El se conocieron en mi casa, era el día de mi
cumpleaños, un compañero de El lo llevó a mi fiesta,
al ingresar al salón observé que detuvo por largo rato su mirada en Ella quién no le correspondió, pero sin duda alguna la había perturbado.
Conocedor de las artes de la conquista, El no la volvió a mirar en toda la noche, no la sacó a bailar y ni siquiera se le acercó, dedicó toda su atención a otra muchacha.
Y comenzó la cacería, encuentros “casuales”, visitas a su amiga ocasional, vecina de Ella, largas charlas en la puerta de calle para verla pasar de regreso de la U, y cuando por fin lo que esperaba
sucedía se despedía y emprendía el regreso en el
sentido contrario al que Ella se dirigía. Yo aplaudía la paciencia, la constancia y la templanza. No demoró mucho en conseguir el interés de Ella.
Los padres de Ella, no aprobaron la relación, algo había en El que al padre no le gustaba, era un joven educado, culto, profesional, diría perfecto para el requerimiento de un posible esposo para su
hija, pero ese algo indefinido obstruía su consentimiento, ese algo también pudo percibirlo la madre: -no vas a ser feliz con él, son muy diferentes-, -¡en eso está el encanto, mamá!-, -El no es como tú, ha tenido una vida difícil y eso lo hace comportarse en forma soberbia, como si necesitara defenderse de ti-, -pero yo lo amo papá, me casaré con él-, -¡no lo consentiré, por ningún motivo!-, -lo siento papá, no necesito tu consentimiento, ¿olvidas que ya soy mayor de edad?-, -¡esa respuesta no es tuya, El te ha puesto las palabras en la boca!-, -es la verdad papá, aunque no lo haya pensado por mi misma!-
Discusiones más, discusiones menos Ella y El se casaron.
Y es aquí en donde comienza la verdadera historia. Seis meses después de la pomposa ceremonia religiosa con trompetas, violines y coro, traje de novia y gran recepción en la casa familiar.
Habituado a verla casi todos los días, eché de menos su presencia y cercanía, al volverla a ver en la casa de sus padres, no la reconocí, lucía muy delgada, pálida, ojerosa, acusaba un cansancio que no era físico, su radiante y hermosa sonrisa que todos conocieron en los filmets de propaganda en los cines de aquella época para la pasta dental “Kolynos” ni siquiera se esbozaba.
-¿Qué ha pasado princesa? Te ves triste, decaída, te sientes mal?-
-Me equivoqué amigo, cometí un terrible error que ya no puedo reparar, mis padres tenían la razón, El tiene una doble personalidad. Para comenzar, recién casados no me permitió seguir trabajando, se opuso en forma tan determinante y autoritaria que renuncié al contrato de trabajo que con tanta satisfacción firmé, mi padre se enfureció y le dijo –solo la estás haciendo a un lado porque es mejor que tú y temes que te haga sombra-, lo que hago en casa siempre está mal hecho, me devuelve las
camisas ya planchadas para que las vuelva a planchar y los ternos y ni que hablar de la comida, nunca logro cocinar como lo hace su mamá, me
exige en ocasionen desayunos excesivos para una hora muy temprana en la mañana y agrega –te quiero ver vestida, peinada y maquillada- y cuanto ya está todo listo y lo despierto, sigue durmiendo hasta mediodía, cuando llega de su trabajo, siempre
malhumorado, deja repartidos por todo el departamento su maletín, el diario, su abrigo, el correo, me hace sentir tonta e inútil, sin embargo cuando estamos acompañados, no solo con mis padres, también con los amigos, es el hombre que yo conocí, cariñoso, enamorado, gentil y preocupado, siento que me he casado con dos hombres diferentes y no congenio con ninguno de los dos, está enfermo, es un psicópata, vine a casa a decirles a mis padres que me quiero separar, solo estoy esperando que el coraje me permita escuchar con humildad y aceptación lo que ambos dirán al unísono:
-¡Yo te lo dije!-
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