La terrible andadura
El hombre del sombrero marrón gastado y ennegrecido,
De un cuero recio y abultado, enseñando manchas del sudor
De una frente cansada y deforme, por estar posado sobre
La cabeza curvilínea de un imparable motor.
Hubo de andar toda una vida en busca del otero distante,
El que cada día inacabable, y cada vez más largos,
Al ponerse en pié con el alba que castiga,
Miraba hacia el horizonte, por tratar de distinguir ese otero,
Del que tenía referencia por haberle dicho
Todos los pastores iguales,
De cuantos campos empedrados dejó tras de si,
Que habría de encontrarlo al estar sobre la línea final.
Cada mañana repetida, al alba,
Y con luz de candil vencido,
Con las canillas pandeadas por tanto andar,
Encontraba la línea del horizonte
Con la misma figura, con igual cantinela,
Y lejano como la dama que esperó
Desde chiquillo, que habiéndola visto,
No pudo amarla por la distancia en que
Se encontraban sus ojos magnéticos.
Se gastaba su vida encima de una interminable
Estepa, plagada de fantásticas jinetas blancas,
Y solamente le daba consuelo
La presencia de un otero,
Del que no sabía nada,
Como no sabía nada de todo lo demás.
Aguadulce, diciembre de 2011
José María De Benito
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