Mirinda y su amigo

Mirinda le dijo al amigo extraterrestre que tenía unas pastillas para curarlo.
Su nave estaba en la ladera del Cerro Uritorco y le dio las coordenadas para que NeweN volara a buscarlas.

—Están en la gaveta a la derecha del volante. De paso traeme una fotos de mi novia que están ahí. Dejá todo bien cerrado que los cordobeses son medios chorros. Después vení a mi domicilio. Ya
me encontrarás por el olor.

Regresó a su casa a preparar el elixir de amor. Tuvo suerte porque estaba Rocío, la sobrina del ciego, tratando de hacer funcionar el viejo televisor de su tío.
No había imagen y la chica le pidió a Mirinda que la ayudara a subir al techo a mover la antena.

Mirinda la tomó de la cintura y la alzó con facilidad al techo en su parte más baja y sin querer vió sus piernas, que imaginó suaves como la piel del berxciga (Fruta parecida al durazno).
Le dio un pequeño empujón para que alcanzara a subirse mejor y ahora vio la totalidad de sus piernas que terminaban en una diminutiva pieza de
tela azul.
Le embargó una sensación nunca antes experimentada.
Sintió un mareo y cayó al piso atontado.
La chica bajó de un salto y se inclinó sobre él tanto que sus senos le tocaban el pecho.

—¿Qué le pasa Mirinda?— le preguntó temblorosa

—No sé, me duele la entrepierna— le contestó asustado

Ella lo tocó con cuidado y se puso a reír...