Las palmeras se mecían en un vaivén romántico bajo la luna de febrero.
Las manos de él juegan con los dedos delgados de ella.
El calor de ambos secaba la arena que el mar agitado volvía a mojar. En esa linda playa ellos contemplaban juntos el cielo lleno de estrellas que cómplices de ese momento, acariciaban sus mejillas con su tenue luminocidad.
Caminaban, el paisaje a su alrededor era cálido, la arena blanca y suave quedaba entre los dedos de sus pies al caminar, el aroma fresco del mar los envolvía y estremecía hasta obligarlos a abrazarse, para entibiar la piel que empezaba a necesitar la calidez de las manos suaves acariciando, para sentir que eran ellos nada mas en ese entorno mágico.
Se recostaron en un recodo, en un lugarcito aislado y escondido entre algunas rocas que sobresalían , la sal del mar se había pegado al cuerpo de ella, él lo pudo sentir cuando suavemente pasó sus labios por el hombro descubierto de ella.
En ese instante ella giró la cabeza y encontró los labios gruesos de él que buscaban silenciosamente un beso.
Rápidamente se quitan las pocas ropas que cubre sus cuerpos, las manos dibujan amores en la piel y los besos llenan espacios con extrema ternura. Sus lenguas se agitan dentro de sus bocas y sus cuerpos se funden tanto que el cielo cree que está siendo testigo de la adormecida siesta de un pasajero distraido.
Mojados, empapados, cansados, descansan...
Él la ama, la cuida, la colma de palabras dulces, ella lo siente, lo acaricia, lo llena de toda su dulzura.
La mañana y el sol los encontró dormidos, desnudos y enamorados.
Abrieron los ojos sabiendo en lo profundo de sus almas que jamás volverían a separarse, porque ambos nacieron para eternamente amarse. |