¿Quién es realmente Marxtuein? ¿Un noble europeo? ¿Un play boy de cabellera al viento, que después de descender de su coche descapotable, se hace de su notebook y, previo saludo un tanto desenfadado a la chica de turno y bebiendo un Campari, comienza a abrir páginas al desgaire, sobre todo las de cuentos de aficionados? Curioso afán para alguien que podría sobrevolar la campiña francesa en su pequeño y lujoso avión, navegar el Mediterráneo en su suntuoso yate, o visitar a las chicas de vida disipada, que tanto desprecia, pero que luego hace uso de ellas con esa pasión del que está manducándose un rancio y apetitoso queso. La carne es débil y se pudre pronto con tanta lujuria.
Esa es una hipótesis, tomando en cuenta el punto de vista aristocrático, vertical, despreciativo e irónico del personaje en cuestión. Su desdén, huele a Armani, despista con giros hispanos y se burla a destajo de los devaneos tercermundistas de los integrantes de la mencionada página.
O bien, es un oscuro ser, que alguna vez tuvo soterradas intenciones de ser alguien en el universo literario y frustrado y taimado por tales circunstancias, pasa sus días leyendo a seres tan oscuros para él, tan yertos en sus aspiraciones, tan frustrados e ilusos como él, ¿eh? ¿eh?
O bien, es un muchachito maleducado e intrascendente, quien, fascinado por la posibilidad de insultar en el anonimato, tal como lo hace el que violenta los muros de las viviendas de abolengo, se sacia de poemas y relatos pueriles. Si uno se toma la molestia de revisar quienes son sus favoritos en la difusa colonia de cuenteros, también podría abrir los cauces para intentar buscar una pista. Pero, ¿Valdrá la pena? ¿Valdrán estas líneas para un ser tan poco transparente, que alardea demasiado tras sus celosos velos.
Por último, ¿no será una damisela la carne real de este personajillo virulento? ¿Acaso, una Juana de Arco espuria, que se avienta por sus impulsos recelosos, que se juramenta a ostentar su pulcritud y realeza, defendiéndola en los sórdidos pabellones de la impunidad? ¿Una Juana de Arco que arde, no por las llamas de la inquisición, sino por no sé que inquina que ha convertido su cuerpo en un símil parcelado del averno.
Sea quien sea, y exprese lo que exprese, no logra inquietarme, si bien, lo reconozco, atiza mi duda. Después, no tardo demasiado en agarrar un paño y limpio el cenit azul de la página, para diseñar lo que se me venga en gana, siempre y cuando no sea lesivo con mis semejantes, los que tienen, a no dudar, la misma piel doliente que la mía…
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