Seguramente tendría yo los doce años de edad cuando en aquella navidad recibí como regalo de Reyes, el hermosísimo y potente tren de baterías. Lucidamente viene a mi memoria la enorme caja aplanada que contenía, cuidadosamente ordenados, toda una gama de objetos no solamente útiles sino ampliamente complementarios para la delicia de mi niñez. No es la razón de este relato pero me dispongo a describirlos: una serie bien definida de rieles de metal que poco a poco al ensamblarlos configuraban un ovalo de aproximadamente 90 cm de longitud. Recuerdo bien que cada extremo del segmento de riel tenía una entrada hembra y una entrada macho, que uno a uno recibía al siguiente segmento. Un pequeño poblado de vaqueros con cabaña, corral y animales. Una pequeña carreta. Algunos caballos con sillas de montar, y desde luego colonos armados hasta los dientes, no faltaban desde luego las mujeres y niños indefensos. Un poblado indio, en donde resaltaban por allí, dos o tres tiendas de reposo, caballos a pelo, indios apaches con arcos y flechas, y desde luego con sus respectivas mujeres, y al centro por supuesto el gran jefe Jerónimo. Por ultimo describo mi gran sueño: la maquina potente y bella color rojo brillante, de dos baterías (ray-o vac), tres vagones verdes y el cabus amarillo. Ilusiones y giros a diestra y siniestra, la sala primero, el corredor después, y finalmente el enorme solar de la casa en donde se agregaban pastizales y terrones secos configurando hermosas montañas. Arenales para darle un toque desértico a la escenografía. Tarzán y sus animales salvajes primero, y porque no también el santo y blue demon con sus clásicas y eternas posturas de los brazos en actitud de defensa o ataque según se quiera ver, con una mano con la palma abierta, hacia arriba y la otra mano, también con la palma abierta, hacia abajo. Seguramente tendrían en aquellos ayeres alguna razón de justicia para haberse integrado entre los indios y los vaqueros. Y si no, que mas podía hacerse ante la enorme inventiva de aquellas edades. Quienes resultaban impensables de no participar de aquellas interminables batallas eran desde luego el Llanero Solitario, montando con gallardía al brioso Plata, y su entrañable e inseparable compañero: Toro y por supuesto Pinto, su caballo. Este ultimo tildado entre la reserva India como autentico traidor. Horas y horas que hicieron mi delicia y la de los viejos y ahora añorados amigos. El tren subsistió hasta bien entrados mis años mozos, de hecho la ultima noticia que vívidamente viene a mi recuerdo es haberlo visto integro en todos sus elementos cuando estudiaba ya la carrera de medico. Después de eso, hay una extrañísima laguna que escribiendo ahora me he propuesto averiguar lo que fue de aquél eterno juguete.
Queridos Santos Reyes, como este año me he portado muy bien, quisiera pedirles que me traigan un tren de baterías, con sus pueblos de indios y vaqueros…recuerdo que más o menos así iba aquella carta. Algunos me dicen en tono de broma que además, me atreví a poner en aquella petición una nota final o adendum diríase en estos momentos.
Yo juro y perjuro que esa frase final es un agregado injurioso y falso, porque en aquella época, mi inocencia -pese a la sospechosa posibilidad que daban mis doce años- estaba sólidamente respaldada. En todo caso, si esa frase hubiera sido mía, seguramente la escribí con el mejor afán de orientar a mis atribulados Santos Reyes a dar con prontitud el ansiado juguete, considerando que en esas ocasiones ellos debían andar con la cabeza vuelta loca. La frase falsa e injuriosa, que dicen que dije: un tren de baterías igualito al que venden en la Casa Calcáneo.
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