El jarrón de cristal yace frío y vacío sobre la cómoda.
Es un hermoso vaso tallado veneciano. Hace años que esta así. Su belleza intacta pero triste. Su boca abierta espera, su cuerpo y su vientre esperan.
Un día de primavera sucede lo ansiado. El momento anhelado por tanto tiempo ha llegado.
El jarrón se llena del agua, ese elemento natural y fresco que mantendrá la vida de un hermoso pimpollo de rosa roja.
La habitación se ilumina, el cuarto brilla, el vaso de cristal resplandece con haces de luz roja y verde, los tallados destellan con intensidad.
Así el pimpollo crece, sus pétalos se abren lentamente mostrando poco a poco toda la belleza de la flor. El perfume inunda todo el cuarto.
El tiempo se detiene un instante, el momento es solemne, digno de eternizar en una foto o una pintura. El jarrón veneciano está pleno, ahora todo tiene sentido, ahora el destino se ha cumplido, la misión, la razón de ser esta completa.
Pero el tiempo continúa, y una tarde cae sobre la cómoda el primer pétalo.
Poco a poco, la hermosa rosa va perdiendo sus pétalos, el tallo, sus hojas, todo cambia de color, primero a amarillo luego a negro.
El perfume continúa pero ya no es mas el aroma fresco de la juventud, ya empieza a percibirse el olor dulzón de la muerte.
El espectáculo es triste. El tallo esta delgado y negro como un alambre de hierro oxidado, la otrora hermosa flor es nada más que un manojo achicharrado y oscuro. En su interior, las semillas que nunca se convertirán en nueva vida, se secan y mueren con un color amarillento.
El jarrón no se resigna, los recuerdos sostienen al cadáver de la rosa por unos días más.
Finalmente una mañana los restos de la rosa van al cubo de basura, el agua que la sostuvo es tirada irreverentemente al retrete.
El jarrón de cristal yace nuevamente frío y vacío sobre la cómoda.
Un amor ha muerto.