¿Puede el corazón ser tan… bipolar?

Te llamé, lo necesitaba. Una voz que no era la tuya atendió y mi mente y mi mundo se deshicieron en pedazos, pese a que fui yo quien dijo que ya no…

Miro tus ojos verdes y nace la ilusión con ellos, con la luz de tu sonrisa... y late fuerte mi corazón deshecho ante la llegada de tu persona y el sonido de tu voz.

Lloro dos noches enteras. Las lágrimas son tan grandes que hacen ruido al caer al suelo y en el teclado de la computadora mientras escribo.

Y siento algo de nuevo, me rescatas de mi letargo. Mi cuerpo se enciende y mi cara se ruboriza porque te tengo cerca, porque respiras a milímetros de mis ilusiones rotas, que se juntan poco a poco para renacer.

Dices que te vas pero allí estás, veo tu llanto cuando me dices adiós… y te vas, sin más. Quiero dejar de verte pero no riego las plantas porque son tuyas. Y después de decirme que ya no te llame nunca más, tú me llamas de nuevo.

Te sueño, pienso en tí. Te canto. Canto con dolor del que se va y con ilusión del que llega. Hay un año de diferencia, un siglo de dolor... y a la vez un segundo en el tiempo en el que mi corazón, bipolar, decide volver a latir fuerte, muy fuerte, vivo... roto pero vivo, lleno de sueños nuevos para crear y deshacer. Y dispuesto a hacerlo contigo.

Te digo adiós.

Te comienzo a necesitar...