La pira de fuego ardiente
insondable la distancia que alcanzan sus destellos;
crepitando en los ecos de la tierra yerma
hipnotiza miradas de seres primitivos
que sucumben ante su esplendor.

Acostumbrados a eso de formar hogueras
siempre merodeamos
en torno al calor de nuestro círculo;
no buscamos, no pensamos ni deseamos
algo más allá de una vida
que transcurra con simpleza.

Lo nuestro solo se trata de inflamar
de reptar entre los escombros como víboras
para corroer cuales gusanos
los restos de un planeta infecto.

Sobrevivientes únicos del cataclismo
de la desgracia que aturde el intelecto
terminamos comprendiendo a golpes y llagas
los significados relativos a la inmensidad;
yendo del alfa hasta el omega
del principio hasta el final
abarcando lo común, lo extraordinario y lo dual.

Somos de una tribu
perdida en el confín de lo lejano;
del fuego escogimos beber exquisitas ambrosías
quemando la ponzoña que llevamos dentro.

Nuestras copas son llenadas
por dioses de otros tiempos;
por remotos y sagrados estandartes
divisas de una vieja era pagana.

Alimento de la soledad fecunda el alma
y el alma se posa en corolas de galaxias vírgenes;
lo esencial se obtiene creando y destruyendo
de ahí viene el fuego poseyéndonos al contacto de sus llamas.