Tijuana BC. Dic. 2011. La palabra es la única arma.
Después de varios casos de lesiones, el proceso acabó en el juzgado.
El magistrado ordenó el alejamiento perpetuo de la parte culpable, a pesar de todo, el alma errante sigue visitando su cuerpo en coma.
Cambió la cerradura de la puerta, consiguió una orden judicial de alejamiento
Sólo que, cada noche, entra en sus sueños.
La sacudió su aliento alcohólico mezclado con tabaco y empezó a temblar.
Sofocó como pudo los lloriqueos porque no quería que sus hijos la escucharan.
Intentaba desvestirse antes de que le hiciera más daño arrancándole la ropa, mientras batallaba y la humillaba cada vez más.
La poseyó con violencia, aunque ella no sentía el dolor físico aún, eso llegaría después, ahora se desesperaba con sus gemidos y sus insultos, temiendo que los niños pudieran escucharle.
El martirio duró unos minutos eternos, los que tardaron en llegar los golpes y una nueva oleada de insultos, hasta que, agotado, se quedó por fin dormido.
Se levantó en silencio, se echó por encima lo primero que encontró, se limpió la cara de babas y sangre y se acercó a la habitación de sus hijos con el corazón encogido.
Comprobó aliviada que dormían y regresó a la cama.
Se despertó llena de angustia, estiró con miedo la mano hacia el otro lado de la cama: él todavía no había llegado.
¡Soy inocente! Sólo fue un arrebato, sólo eso.
La insulté, humillé y golpeé, sí, sólo que no fue mi culpa.
Si ella hiciera las cosas como hay que hacerlas, a mi manera, no me habría hecho enojar tanto.
Le pegué porque me iba a denunciar.
Buscaré la manera de convencerla para que quite esta maldita orden de alejamiento interponiendo un recurso, pidiendo un indulto o lo que sea necesario.
Volverá a mi lado, y entonces, tenuemente, utilizaré el acero de mis palabras, desquiciándola, para que ella misma se lance por un puente sin tener que manchar mis manos de sangre.
Porque, ¿Sabe?, Los locos se suicidan, ¿no es cierto?
Así estaré libre de culpa… Y como soy bueno, mi hija ya sólo podrá quererme a mí…
Deja que transcurran un par de días, no la llames, no le tomes las llamadas.
Luego ve a hablar con ella, sólo que muéstrate frío, alejado e incluso cruel en un momento dado.
Como si nada de aquello fuera contigo.
Utiliza palabras duras, no hagas la más mínima aprobación.
Dile que no sabes de qué te habla, que son todo imaginaciones suyas.
Deja que te grite, que te golpee, que te arañe, que te muerda, que te amenace.
Échale la culpa de todo, deja que se derrumbe.
Humíllala, apriétale un poco más, sólo lo razonable, y entonces empieza a mostrarte algo más comprensivo.
Dile algo cariñoso, enreda su cabello.
Abrázala, deja que se sienta bien por unos minutos.
Convéncela de que te necesita.
Miéntele, dile que la quieres.
Y sólo al final, si lo consideras necesario, le dices que la perdonas.
Le gustaban las tempestades, el olor a tierra mojada que profetizaba su proximidad.
Un alboroto de pájaros, vuelos y trinos que la anunciaban…
… Y en sus ojos no la vio venir.
Le gustaban las tempestades.
El aire comenzando a soplar más y más fuerte.
El viento formando remolinos de hojas, papeles…
… Y en su silencio no la escuchó acercarse.
Le gustaban las tempestades porque a él le daban miedo; Y odiaba el miedo que él le hacía sentir…
… Y en sus manos no encontró caricias.
Le gustaban las tempestades, el agua cayendo, arrastrando, limpiando.
Un río sin orilla, sin océano…
… Siempre era lo mismo.
Le gustaban las tormentas porque tarde o temprano acababan.
Desde mi rincón existencial, donde creo firmemente que para luchar contra la violencia la palabra es la única arma legítima.
Andrea Guadalupe.
|