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Inicio / Cuenteros Locales / crepuscular / la ciudad solitaria.

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la mujer estaba triste. había aprendido a fingir sonrisas que no eran suyas para poder sobrevivir al día, a las preguntas.
se levantaba cada mañana a la misma hora. bajaba un pie, luego el otro. los acomodaba en las pantuflas, caminaba hasta el baño, se miraba al espejo. siempre era la misma imagen: las mismas ojeras, siempre el mismo shampoo, abrir la ducha, cerrarla.
en la cama él dormía, no había querido abrir los ojos.
hace años que sabían que no eran felices pero era preferible callarlo por los hijos, por la familia, por los amigos.
ella salía siempre del baño con la toalla envuelta en la cabeza. abría la puerta del closet, sacaba un traje color gris, color negro, color tierra.
la ropa interior, las medias, la falda, la blusa, la chaqueta, los zapatos.
bajaba lentamente por las escaleras hacia la cocina para poner a hervir el agua para el café. a esa hora nunca nadie la acompañaba.
se lavaba los dientes, se volvía a mirar al espejo.
sin maquillaje, sólo una sonrisa para los demás.
era infeliz.
se decía a sí misma-soy infeliz-¿dónde habían quedado los días de ayer?¿dónde estaba la mujer que ella conocía?
a veces las pastillas le daban una tenue respuesta, pero siempre estaba tan adormecida que no recordaba si le había dado de comer al gato, por eso el gato comía al menos unas cuatro veces al día.
desde el auto en adelante todo era automatización. sacaba las llaves de su cartera, las ponía en el encendido, rugía el motor.
seguir derecho, doblar a la izquierda, llegar a la autopista.
lo tenía todo.
un buen auto, una linda casa, un marido, tres hijos ya crecidos, comodidades, vacaciones en lugares que jamás soñó llegar.
pero nada de eso bastaba.
-el dinero no vale nada-pensaba.
a sus cincuenta y ocho años y luego de toda una vida de trabajo duro, de acumular cosas, de desgastarse en un trabajo que odiaba, llegaba a esa conclusión.
-el dinero no vale nada.-
recorría la ciudad por las autopistas, a veces tocando la bocina, a veces escuchando siempre la misma emisora de radio.
estaba tan acostumbrada a la rutina que a veces se sentía paralizada cuando quería hacer algo diferente. siempre las mismas canciones, siempre lo mismo, todo.
a su lado los conductores mirando al frente.
-hay gente tan sola-pensaba.-tan sola como yo. la ciudad está sola, yo estoy en la ciudad.-
no había nunca nadie en ningún lado que la hiciera feliz, quizá sólo sus hijos que ahora ya ni estaban en casa.

(en este momento habla ella)

había aprendido a escuchar mis silencios, los de los demás. los medí a mi antojo y así fui construyendo un mundo paralelo a este. un mundo donde el gato comía cuatro veces al día y lo demás era ensoñación.
soñaba con momentos anteriores y a veces sonreía de verdad, sin que nadie me viera. a veces sonreía de mentira, ahí me veían todos.
estaba en una ciudad desierta, en el desierto de la desolación.
a veces veía unas dunas a lo lejos, pero sólo eran edificios corporativos. todo cuesta, hasta levantarse por la mañana.
mi nombre es el de nadie, soy sólo una mujer. ni demasiado bonita, ni siquiera joven, mucho menos tan inteligente.
sólo una mujer aferrada a su rutina, a la almohada, a los momentos pequeños.
él ya no me miraba. me veía, pero no me miraba. estaba ahí, sabía que estaba ahí pero yo era como el cristal, translúcida.
por las noches me despierto y trato de que todo cobre sentido. uno las cosas pequeñas del día, hago mis listas para la semana, mi planificación semanal.
¿de qué sirve todo esto?
¿de qué sirve si el tiempo pasa tan lento que duele?
no me había detenido a pensar en las cosas simples, sólo en una cotidianidad que consume y desgasta y hace que todo se vea tan incognoscible.
estoy triste, soy infeliz.
no me quiero morir, pero a veces me cuesta salir de mi cama.

cincuenta y ocho años, cinco meses, tres días.
hasta ahora.
a veces me siento como cubierta de tierra.
a veces me quiero encontrar pero recuerdo que estoy en la ciudad solitaria, en donde todos estamos tan solos.
una casa bien decorada en donde me siento desamparada.

había salido temprano (hoy)
tomé mis llaves, las puse en el contacto, el motor rugió, como ruge todas las mañanas y todas las tardes sucesivas.
me quedé un rato quieta, me sentí inmóvil.
empecé a reconstruir mi pasado, así como un escritor reconstruiría a un personaje de ficción.
recordé a mis hermanos, una infancia pobre.
estábamos todos descalzos, nunca podría haberme imaginado que los zapatos eran un lujo. era feliz.
a mi modo, pero era feliz abriendo los grifos en verano cuando el calor hacía que todo se viera como un espejismo.
era feliz trepando a los árboles.
¿dónde quedaron aquellos árboles?
en el patio de mi casa había un limonero. cuando florecía era tan hermoso.
a veces se nos arrugaba la cara con la acidez del limón.
esos días eran simples, en esos días no teníamos nada pero no tener nada no importaba porque no necesitábamos nada más.
sólo un grifo abierto en verano, un limonero florecido, un árbol para trepar, risas.

(acá vuelve quien empezó a escribir esta historia)

no sabía mucho de ella. sólo su madurez y sus días de melancolía. no la conocía bien, a pesar de haberla creado yo misma.
me pregunté si alguna vez podría llegar a ser una escritora, si podría construir un personaje como ella y conocerla a fondo.
quiero armarla, y amarla como a una madre. quiero hacerla feliz y sacarla a almorzar al mejor restaurant, regalarle cosas tontas, decirle mamá.
ella era una madre sinsentido.
busco la serendipidad.
la serendipidad es un montón de cosas inconexas, que al juntarlas cobran sentido.
ella era eso.
mi personaje estaba inconcluso.
me la imaginaba levantándose por las mañanas, con ganas de llorar. me la imaginaba lejos, en la cima de una duna en el desierto, mirando al vacío.
su familia no importaba, ni siquiera ella y sus cosas tontas, sus propiedades, sus adquisiciones. no le hacía falta nada, sólo mirar su cuerpo, sentirlo con todo su corazón.
porque en su cuerpo encontraría su alma. tal vez un poco muda, tal vez en un planeta llamado melancolía.
no podría vestirse por sí misma, le costaría trabajo comer. le aterrarían cosas nimias como la oscuridad o el agua tibia en una tina pero nada de eso importaría porque es el proceso para llegar a su espíritu.
sus sábados serían un incendio, la quemarían.
sus domingos serían pura ceniza.

es verdad. hay mucha gente sola y en la soledad está la palabra sobrepasada. la ciudad está marchita, como mustia. su energía ha bajado al mínimo.
si ahora alguien me pregunta qué esta haciendo ella, yo no sabría responder.
porque en el fondo de su abismo está su dolor desnudo, y cuando las cosas están desnudas mejor dejarlas quietas, en privado.
si quiere volver a aparecer entre mis letras, que aparezca.

sino, es probable que otra vez le esté dando de comer al gato.

Texto agregado el 18-12-2011, y leído por 159 visitantes. (0 votos)


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