El columnista aquel, tiene que entregar su trabajo en menos de una hora. Su cabeza se vuelve un remolino de ideas difusas, nada cuaja, apenas puede balbucear un par de sustantivos, los que al no hermanarse con nada, se transforman en garabatos patéticos.
La hora transcurre veloz, está en absoluto silencio, ya que es en ese estado cuando acuden a su mente esos artículos inteligentes, tan aplaudidos por los lectores. Pero hoy, nada surge, y el papel continúa tan blanco y desafiante. Comienza a desesperarse, teme estar perdiendo facultades.
Cuando faltan diez minutos para el plazo fatal, comienza a resignarse. Y sus dedos, culpables y temblorosos, se mueven al compás que les imprime el hombre.
Confiesa que ésta no es su noche, que habría pagado por una musa que le desatara los corceles de la imaginación, subirla a la grupa y elevarse por toda la mediocridad circundante, sobrevolar el Parnaso, saciarse con los frutos pródigos de la imaginación. Pero, esta velada sólo está disponible para concentrarse en las disonancias de la urbe, en los quejidos de la mujer de enfrente, atacada por la artritis, en la vocinglería de los muchachos que disputan un partido de fútbol en plena calle.
Reconócese un paria, un personaje oscuro en medio de las más tenebrosas tinieblas, es una de aquellas noches en que siente que todo ha sido un vil embuste, que esta incapacidad manifiesta, no es sino el pregón de la muerte definitiva como escritor.
Pero, ocurre algo. Ha sonado el teléfono y él, estira su brazo y al apegar el auricular a su oído, escucha la voz de una mujer. Esta, modula las palabras en forma muy dulce y pregunta: “No sé si he marcado un número equivocado, pero necesito hablar con Simón.” Él, despertado de improviso de su letargo, responde en forma lenta, pero bien timbrada. El embrujo de esa voz le ha obligado a mantenerse ligado a ella por todo lo que dure este llamado.
-“Mire señorita, no sé si usted se ha equivocado o no, pero el hecho es que estoy muy agradecido de escucharla.”
-“No entiendo”- responde ella.
-“Y no lo entenderá a menos que se lo explique. Pero, no creo que usted se interese en escucharme.”
Dos horas más tarde, el columnista ha terminado con éxito su trabajo, lo ha despachado a tiempo y después, ha acudido a la cita con una interesante mujer. La verdad es que ya no tiene la menor intención de explicarle nada a ella. La mujer, por su parte, tampoco querrá contarle de Simón. Sólo saben ambos, que esta noche, ella será una musa, descendida por el cable telefónico y él, un escritor sorbiendo el prodigio de un milagro…
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