Me enamoré de una nube que llamé "blanca". Pues bien, “blanca” siempre me acompañaba, esto porque en la ciudad no cesaba de estar nublado. A veces, "blanca" lloraba y me mojaba el rostro. Otras veces, llena de furia, me gritaba entre truenos, relámpagos y rayos. Pero había días en que era perfectamente "blanca", aunque yo la quería no importando el clima. Y un día, el día más bello: uno despejado...simplemente se esfumó.
¿Por qué querer días despejados? ¿Por qué ser feliz en primavera y verano?
A "blanca" y a mí nos encantaba el invierno y el otoño; ella prefería más el primero y yo alucinaba con el segundo.
Me gustaba "blanca" porque era simple y esponjosa, no exigía muchas cosas y siempre estaba por ahí, volando sobre mi cabeza. Unos nos gritaban "¡Locos!". Ellos eran los locos "¿personas? - le decía -, son todos unos mentirosos". "¿Quererse entre humanos? - agregaba - Creo que las hienas son más sinceras amándose. Ustedes sólo se engañan y lastiman unos a otros". Y, "blanca", me apoyaba, en esta mi teoría de niño. Ambos sabíamos que lo nuestro no sería eterno. ¿Cuánto dura un invierno; cuánto dura un otoño? Pues no tanto como eternamente. Y yo, de carne, jamás podría compartir el mismo cielo que "blanca".
¿A qué tumbas dejaría rosas, si "blanca" era pura nube? ¿Qué paraíso se nos prometía, si ambos éramos de mundos totalmente opuestos?
Y creo, ya viejo, que fue una locura; una dulce locura. Así como se ama sabiendo lo tonto que es, uno no puede evitar hacerlo y, muchas veces, te enamoras de lo que menos esperas. Mi caso fue una nube, hay quienes se enamoran de patanes y, los que tienen suerte, de su media naranja...
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