Mirinda va a la Biblioteca.

Mirinda preparó el perfume para atraer mujeres. Lo
puso en un frasquito y esperó que viniera Raquel,
la sobrina del ciego, para regalárselo.

Aburrido, se fue a la biblioteca a leer poesía, que le gustaba mucho y además le servía para conocer más la naturaleza humana.

Sentado, leyendo en un silencio sepulcral, solo turbado por los chasquidos de los besos que se daban las parejas de estudiantes y que le hicieron comprender más de ese sentimiento llamado Amor.

Miraba con insistencia a una parejita que se besaba
con entusiasmo. El muchacho se dio cuenta y le
hizo el saludo que ya conocía. Levantó su mano
con el puño cerrado y el dedo medio extendido
hacia arriba.
Trató de contestarle de la misma manera, para no pasar como un maleducado, pero no le salió bien. Tendría que practicarlo.

Cuando devolvió el libro, saludó a la linda
bibliotecaria, levantando el puño con énfasis y
extendiendo el dedo. La vio quedar boquiabierta y
Mirinda le sonrió.
La sonrisa le salía bien. Le bastaba mover una oreja y su cara adquiría una sonrisa agradable. Una verdadera sonrisa terrícola.