Rodeado de amenazas, el pequeño bacteriozorro se planteó un par de cosas, mientras sobre un ojo chorreaba desapercibido el sudor frío que le enfriaba la cara, recalentada involuntariamente.
Es posible que primero que nada tenga que explicar qué es un bacteriozorro.
No lo tengo demasiado claro, pero todo indica que una bacteria un día evolucionó de repente, convirtióse pues, en un bacteriozorro. Nunca antes imaginé algo más lógico.
Ahora sobre sus reflexiones, temo que no mucho tengo que decir, todo ese momento de terror pasó en pocos segundos, acelerados; nadie observó esta escena, empezando por los que la protagonizaron.
Aún así, el bacteriozorro, acorralado, aulló desesperado, intentando no ceder en su postura de fortaleza clavada al suelo, pero sólo en una frecuencia audible para bacteriozorros.
Este sonido no lo afectó más que a él y a varios microondas, que estallaron en el acto, en varios países distruibuidos al azar, en base al orden alfabético. El primero afectado fue Antigua y Barbuda por supuesto. También estalló un ser humano en Bali. Le pegó a un tarrito y sonó muy bien, así que nada fue reportado a Amnistía Internacional. Ni a mí, porque miento mucho. Pero es mentira porque ellos no saben eso.
Pero en ese momento tan tenso nadie notó nada; el aullido no hizo nada. Los atacantes del bacteriozorro eran los integrantes del único grupo de zorrobacterios.
Es probable que sea necesario dedicar unas palabras a la descripción de una forma de vida tan poco usual como son los zorrobacterios, en vez de a esta reflexión, por ejemplo.
Así como el bacteriozorro fue capaz de florecer y vivir en estos cosos sólidos que sobresalen del agua, llenos de parásitos, completamente enamorados de la muerte que es lo único que hay fuera del agua, que llamamos hogar, también surgió una limitada colonia de zorrobacterios.
Los dilemas que enfrentaron a estas dos entidades únicas no nos competen, aunque parezca que así es.
Todos queremos el retrato de la ferviente acción vivida en ese momento; también yo.
Pero la verdad es que nadie estuvo ahí, yo incluso es posible que estuviera durmiendo, no sé a qué distancia del hecho; me gusta imaginar que todo esto pasó dentro de mis oídos, durante un sueño. Al menos así puedo darle profundidad y propósito al chiflido constante de los oídos.
Lo que sí puedo asegurar es lo siguiente;
Al verse desprovisto de toda ayuda externa, el zorrobacterio pasó a funcionar en un estado subyacente, oculto de la realidad; del miedo pasó a mostrar sus dientes filosos, llenos de saliva, no por mostrarlos, sino por morder; el paso previo es lubricar, no intimidar.
Los bacteriozorros son volátiles; ellos están, pero ellos no están delimitados. ¿A cuántos puedo matar con la intención más concentrada, con la ilusión de la que me llena la violencia?
El impulso del ataque fue saciado como al tragar la primer cerveza. Pero entonces desaparece, débil por ser solamente un mecanismo; otra de las máquinas a las que les confiamos la vida, instalada en la cabeza, sin que sepamos.
Entonces el zorrobacterio inutilizado, fue invadido por formas de vida que no concía.
Rendido, aflojó la carga al aceptar que nadie, ni siquiera él, podía ayudarlo a seguir vivo. En ese momento, experimentó el único momento vívido de la vida, pero murió luego.
Los invasores murieron a los pocos instantes, porque solo podían sobrevivir en el cuerpo del invadido.
Al morir el invadido, el único de su especie, la colonia invasora desapareció.
Por algún motivo, describir lo vivido por una colonia actuando como uno escapa a mi capacidad. Puedo mentir e inventar sobre una consciencia única. Pero nunca sobre una consciencia de grupo. Me pregunto si hay gente capaz, hasta entre los que se dedican a manejarla, de entenderla.
Algo seguro es que;
Visto de arriba, no se nota.
Visto de adentro, no se nota.