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Encaminados hacia el sepulcro, pronto propio pero entonces ajeno. Los astutos antropólogos pretendían desenmarañar los secretos de aquel ruidoso agujero.
Los misterios del lugar eran llamativos y al canario aún le quedaba vida.
Al golpear con las palas, pequeñas y aún sin uso, se producía un eco horripilante, las paredes talladas en fina piedra resonaban con el golpe, penetrando hasta la medular sustancia ósea que los humanos crudos poseen.
Como dirían ustedes “se sentía” el frío atacante que el granito genera, o el mármol o la simple roca en donde está tallado aquel sitio, no ha sido aún identificado el nombre mortal del mineral subterráneo. Es tan liberador verlo desde aquí. Ni parecido a lo que fue vivirlo. O si pudiera cambiar mi versión, y decir tranquilo en lugar de liberador, gracias por la comprensión, deberán entender que uno olvida cosas como las palabras.
De hecho ahora es difícil “escribir” ustedes no entienden.
En fin, los muy ingenuos, (aunque ya sé que dije astutos, eso fue como dicen: sarcástico) estudiantes de antropología. Dedicaban buena parte de sus añoradas vacaciones al improviso de excursiones arqueológicas sencillas, nunca una tan elaboradas como la de aquél verano.
Los pretenciosos económicos recursos de una de las familias de uno de los estudiantes, (perdón por lo extraño de mi prosa, repito que uno olvida cosas) fueron la valija en donde se introdujeron todos los joviales y febriles deseos de aquel grupo, el patrocinio, lo llamaban entre sí a modo de contraseña propia… Ninguno sospechó entonces sobre la naturaleza hostil del destino que los aguardaba. Ahh que tiempos aquellos, si creo conservar un atisbo del concepto: tiempo: nombre que recibe de parte de los humanos crudos el transitar de una dimensión que para ellos es ajena e inimaginable. Un simple desplazamiento podría decirse, pero que para ellos es siempre en la misma dirección, al menos hasta el punto en donde ya no importa. Tiempos mozos, solo les era relevante el disfrute de sus vidas, la aventura, lo que para cada quién define aventura es un misterio, y aunque ahora lo entiendo por completo no tendría sentido lo demás, si ustedes lo supieran desde ya, así que lo dejo ahí, el hecho es que el viaje que los condujo al agujero fue por mucho un éxtasis de edad, lleno de aventura y disfrute, por no mencionar algunos excesos…
El eco resuena una vez y otra, y cada una más tétrica que la anterior, pero la ilusión por introducirse en los recodos de antiguos sucesos hace nula la relevancia de aquel sonido, en ocasiones es conmovedor y al “observarlo” expreso: -¡No!... deténgase y márchense… aún no es tiempo… no, no era el momento y lo que podría llamarse un sentimiento me embarga… nostalgia… sin embargo, los sentimientos están prohibidos (tal vez por eso son tan llamativos). Lo siento, me distraigo mucho en las narraciones de ese día, detesto ese día sin duda. Llovía afuera, el agua lo borra todo, y con las medias que gotean el frío aparece y la sequedad no. Seguíamos nuestro descenso, apestaba por instantes el azufre, como avisando los infernales desastres que aguardaban en el fondo de piedra, inmediatamente el canario era traspasado por siete miradas, tras un momento y con la supervivencia de nuestra ave, proseguía la caminata. Las afiladas estalagmitas eran inquisidoras de heridas, varios teníamos agujeros en la piel, ahora los tengo en el alma donde más podría. Sin razonar al respecto, seguíamos andando, buscando, descubriendo, explorando, sobre todo en nuestros corazones (ahora que carezco de uno si lo entiendo, que ironía), la sensación de ser el primer ser vivo que pisa en un lugar que ostentó vida por galopes en tiempos remotos no se podría… (aquí se supone escriba el vocablo comparar, pero es tan incomparable que no me atrevo a redactarlo) …con nada sustancial ni tangible, y mucho menos con algo sensorial, ese era el razonamiento de aquellos crudos, llenos de intención y algarabía.
¿Qué porqué crudos?... es claro me parece y con eso me basta. Además, la ignorancia genera a veces atención.
El ensordecedor eco continúa deslizándose contra el techo de la cueva, las afiladas salientes de roca gotean condensaciones del aberrante sonido, por favor no sigan, profiero en mis adentros mientras miro. De nuevo un extraño sentimentalismo aflora, miedo quizá, insisto en que se prohíbe sentir por estos rumbos. Al llegar a la base de la sombría caverna, un claro se abre ante nuestros ojos. Es hermoso, en el centro de la sala un pedestal, asientos petrificados se notan a su alrededor, casi es palpable que aquél era un sitio de reuniones del tipo intelectual, al rededor se alza con forma de torbellino un techo pétreo para nada improvisado, hasta la cúspide del salón, en donde se nota lo fino de las esculpidas paredes, empezamos con los análisis y conjeturas al respecto, claro está que eran solo conjeturas.
Uno de los compañeros halla algo en una roca.
Es ahí donde la incertidumbre y posteriormente el espanto arremeten sobre el desdichado grupo. No sé precisar si soy yo el afortunado descubridor, (uno también pierde esa noción de independencia propia que antes tenía). Sobre la roca del descubrimiento es posible distinguir algunas inscripciones. Olvidaba detallar el objeto hallado, una especie de caja, tan negra que era oscura entre la penumbra de aquel oscuro sitio, tan misteriosa que no tiene cerradura, ni candado, ni forma alguna de esconder documento alguno allí, por supuesto fue muy extraño haber descubierto tan significante objeto en medio del salón, y más extraño ahora que lo veo con detalle y pausas, la carencia de polvo, humedad, corrosión. Es como si aquel pedazo de materia fuera alguien y lo supiera…
Inmediatamente el grupo entero se abalanzó sobre las inscripciones de la roca a sabiendas de que solo una de nosotros sería capaz de descifrar aquel acertijo antiguo sin cometer errores muy notorios. Acampamos en el sitio, dieciséis horas han transcurrido desde que inició el recorrido y no nos moveríamos hasta saber que decía en la roca. En lo que deberían ser las horas de sueño sucedió… la traductora oficial del grupo se quedó observando la roca por unos instantes más… repentinamente y sin ningún aviso previo empezó a retorcerse como si estuviera siendo electrocutada, los demás no supimos que hacer (lo entiendo también ahora pero para qué) los sonidos secos que emanaban de su garganta eran igual o más indescifrables que los sellos de la piedra. Ahora puedo llamarlos sonidos, entonces serían más bien gemidos rasgados de una voz que no le pertenecía a la entonces cruda.
Pasaron no más de cinco segundos antes de que la mitad del grupo estuviera gritando despavoridos por tal situación. Anabelle, si mi parte de crudo no ha olvidado del todo aquel detalle tan humano, su nombre hasta entonces, algo tan sustancial como aquella posesión le fue arrebatada en menos de un minuto de agonía por un polvoriento veneno emanado de la rocosa base del objeto enigmático.
Todo fue inútil, sus fluidos se secaron hasta la muerte.
Una desesperación incalculable nos poseyó, la muerte se sintió en aquel salón, tan vacío por años y con alientos llenos de vida por hoy, nadie lograba emitir sonido ni criterio alguno, una de las más cercanas amigas que teníamos yacía muerta a nuestros pies… ninguna posibilidad era visible, nadie optó por recoger su cuerpo inerte ni mucho menos se habló acerca de su sepultura, parecía que lo sabíamos, desde ese instante a todos nos heló el roció mortuorio que inundaba la recámara.
Uno de mis compañeros, esta vez sí supe que no se trataba de mí, decidió correr como alma endemoniada contra el agujero por donde ingresamos. Inútil; dijo otro de los camaradas al observar un destello sepulcral proveniente de la más afilada de las rocas que se hallaban en el techo. En apenas dos segundos vimos a nuestro compañero dividido en dos mitades tan simétricas que el miedo fue mayor. Su sangre alcanzó a gotear entre algunos de nosotros con una fuerza tan extraña como aquel suceso.
La tensión aumentó, el grupo discutía fervientemente acerca de la manera más correcta de proceder. Aunque lo correcto es siempre rebatible y más aún en circunstancias tétricas como las que enfrentamos.
Decidimos entonces dirigirnos de la forma más pausada posible hacía la supuesta salida, fuga de nuestro macabro encierro y a través del sitio en donde serían pisados los restos destrozados de alguien que hasta hace breves momentos fuese nuestro compañero. Es horrible esta escena, siempre la aborreceré, al ver detrás de la roca asesina descubrimos lo más espantoso que pudiéramos haber imaginado, un trozo enorme de la roca se había desprendido, bloqueando por completo nuestro escape.
Al decimoctavo día de suplicio solo recuerdo lo espantoso que sabe la carne humana, y lo absolutamente desesperado y hambriento que se debe estar para probarla… creo que la salida del agujero fue infructuosa y además me parece que fui el siguiente.
Por cierto se me olvidaba, si quisieran ponerle un título a este pobre escrito, deberán llamarlo: Para que sepas que pasó, porque aún no logro irme.

Texto agregado el 13-12-2011, y leído por 70 visitantes. (0 votos)


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