El puente que inevitablemente todos debemos cruzar.

Hoy he amanecido triste, mi pecho siento oprimido y esa sensación... quiero llorar, gritar. Tal vez se debe que la muerte se ha paseado de manera escandalosa, irreverente, jactanciosa por mi ciudad.

Han sido varias las personas que de una u otra manera se han tomado del brazo de esta perversa y desafiante compañera y aunque ignorantes de lo que vendrá, han seguido su caminar, dejando espacios vacíos, lágrimas y abrazos que ahora parecen dormidos, palabras que sólo el viento recibe y se lleva a quién sabe dónde y espero respuestas y sólo recibo silencio, dolor, dolor...

No sé si es porque el cielo está nublado y un fuerte viento golpea mi rostro como queriendo disipar o transformar una pena que no parece acabar.

Preguntas, súplicas, oraciones, abrazos, miradas, parecen enfundar el ambiente cerrando un círculo alrededor de la ciudad que hoy como nunca huele a flores, ramilletes de diversos colores depositados sobre montículos de tierra, y en el centro de cada uno de ellos una cruz de madera, fiel identificación de quien yace dormido bajo esos mantos de colores aromáticos que parecen adornar un terreno que desde lejos inspira respeto, silencio, paz.


Desfilan por mi mente rostros que no volveré a ver, sonrisas y saludos cordiales que no olvidaré y es inevitable que una lágrima se deslice por mi mejilla y es inevitable querer volver el tiempo y de alguna manera compartir vivencias que ahora sólo recuerdo como maravillosos momentos, enseñanzas de vida que prometo contaré a mis hijos, a mis nietos y con ellos reiré, sí seguro reiré.

Porque son tantos los recuerdos que de cada uno conservo, travesuras, mañas, tertulias sin reloj que impidieran incluso aveces sanamente contemplar una hermosa puesta de sol, compartir una fogata con guitarra y canción, una película con palomitas en un cómodo sillón, una cena de traje largo con un lindo peinado y un alto tacón.

Sí, reiré, porque aún en la tristeza que envuelve los espacios, en los rostros apenados, está la verdadera confianza que aquellos que hoy no están aquí, viven, sí, viven ¿dónde? en tí y en mí, porque mientras les recordemos y presentemos a los que vienen tras nosotros, los que ya físicamente no están, espiritualmente siempre, siempre, nos acompañarán.


Muerte que pareces danzar sobre esta ciudad, no te jactes de tu andar, porque tu limitado poder está en que eres sólo un puente que todos tenemos un día que cruzar, para llegar a aquél lugar en donde nos volveremos a encontrar con aquellos que como hoy a mi lado ya no están, pero ése día con un fraterno abrazo nos volveremos a saludar.