AVIVA: Fractio
Es Viernes por la noche en Bogotá y AVIVA se prepara para salir, maquilla su rostro, enfunda su hermoso cuerpo en ropa ajustada y negra, se pone un par de medias negras de malla y botas altas de cuero negro, mientras pensaba en que vacío se sentía el sitio en donde acostumbraba estar su corazón.
Era curioso, pero aún en medio de su extinta felicidad, cuando besaba a su amor, Aviva tenía la secreta sensación de que ese amor era algo tan maravilloso, tan grande y tan perfecto, que tendría un final trágico. Era tan inmensa esa felicidad y generaba tanta y tanta envidia a su alrededor, que siempre supo íntimamente, aunque se negara a aceptarlo, que aquello no iba a terminar bien. Después de todo lo que pasó, Aviva un ser insensible, como muerto por dentro, cuando él se fué, se llevó con él los sentimientos de ella, Aviva sabía que nunca más volvería a sentir nada de nuevo. Esa comunión de dos almas, esa entrega sin reservas, esa sensación frenética de amar, ya no volvería a ella jamás; el amor era hoy para ella un paraiso perdido al que no podría volver. Besaba labios extraños, que no eran los de él; abrazaba cuerpos desconocidos en medio de la niebla del alcohol, en la que se sumergía constantemente tratando de olvidar el dolor, cuerpos que no le transmitían nada, cuerpos vacíos. Aún cuando el fugaz amante de turno le hiciera suya, sólo poseía su cuerpo por un ratico, su verdadero yo, lo que fué y lo que entregó, porque si algo tenía claro Aviva era que si alguna vez fué vida fué cuando estuvo al lado de él, ahora, como en esas malas películas en las que el Depredador arranca a su víctima el cráneo y la columna en medio de un baño de sangre, Aviva era como un ser al que le han sacado las entrañas, había un limbo donde latía antes su corazón y la certeza de esto le dolía tanto a Aviva que ni siquiera podía llorar, porque Aviva era consciente de que había Amado, fué amada y había destruído a quien la amó, de paso, se destruyó a sí misma y destruyó su felicidad. Ni siquiera entiendía que fué lo que pasó, pero sabía que era su culpa, ni siquiera podía pedirle perdón por todo el daño que le había hecho, porque sabía que el no podría perdonarla jamás; con sus acciones, Aviva lo había convertido en el monstruo que hoy era él. Pero y que Dios la perdone, hoy, ahora mismo, Aviva daría cualquier cosa por un beso suyo, por volver a sentirlo... Y sabía también que iba a amarlo por siempre, hasta el día en que se muriera. Su historia era la historia de un amor inmenso, una felicidad perfecta que se convirtió en la historia más triste del mundo. |