timo boll juega al ping pong, seca los platos si le entra en gana, escribe versos egipcios en la tarde alada, regala besos de sal, lluvia dorada, carne picada, sabe subir al tren, y nunca se enfada cuando le dicen la verdad, la verdad suya, la verdad del otro, esa verdad tan cierta, esa cierta verdad, ese extraño tufo a seguridad insertado en las capas de la cebolla externas, las que antes se pudren, las que sacan tus lágrimas a pasear antes de los campeonatos, antes de que los focos estimulen tu ego y tu lagrimal, antes de que un golpe tuyo certero acabe con el reinado de li kin wan, antes de que de un punto tuyo se convierta en siete puntos en su ceja, recarámbanos que bicicleta vuela por el techo del pabellón, y yo sin preguntarme aún por el carácter de la mosca del vino