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Lunes por la mañana, la puerta de la casa número 29 se abre, sale un hombre vestido de traje. Las bolsas llenas de desperdicios se acumulan en su banqueta, otra vez el camión de la basura no ha pasado. Otra vez su entrada amanece marcada con orina de gato y un camino de pequeñas huellas felinas recorre el cofre de su coche. El habitante de la casa se dirige al trabajo, pero antes da un aviso a resto de los habitantes que aún se encuentran desayunando en el interior. – Cuando vuelva del trabajo no olvidaré comprar veneno para ese gato.

Las palabras del padre de familia han amargado el desayuno de sus dos pequeños hijos, a sus 3 y 6 años nunca han tenido una mascota y ven en el gato callejero lo más cercano a una.

Suena el timbre, se trata del habitante de la casa 30, un viejo agotado por los años. Sabe de la ausencia de su vecino, decide expresar a la segunda al mando su inconformidad por las constantes reuniones celebradas hasta altas horas de la madrugada, motivo de sus noches en vela.

La mujer no resulta tan amable como el anciano esperaba, ha cerrado la puerta cortando sus débiles palabras. Ahora el cansado cuerpo segrega un líquido tan amargo como el desayuno de los niños. Se aleja lentamente en dirección a su hogar.



Viernes por la mañana, se abre la rechinante puerta de la casa 30. Otra vez no ha pasado el camión de la basura. Otra vez el plato lleno con croquetas para gato amanece intacto. El viejo hace un esfuerzo por inclinarse y recoger el cuenco. Se dirige con resignación al bote colmado de basura para depositar en el sus últimas esperanzas de volver a ver al felino. Metros más adelante, el residente de la casa de al lado y su familia entran al coche que arranca con velocidad y se pierde en la distancia. Crece en el solitario veterano un extraño presentimiento. A pasos pausados se acerca a la casa 29. Ha decidido hacerles un favor llevándose sus bolsas de basura. Una a una y cada vez más fatigado, las coloca en el interior de su propia casa, donde con paciencia quizá encuentre pistas del paradero de su desaparecido amigo. Es posible conocer a una persona por los desperdicios que genera.



Sábado por la mañana, la pareja de la casa 29 han salido a bordo de su coche dejando a los hijos en el interior del domicilio. Minutos más tarde, el anciano habitante de la casa 30 abandona su hogar con una tarta en las manos. Le tiemblan los brazos por el peso, sin embargo, el lugar a donde lleva aquel delicioso presente se encuentra muy cerca.



Domingo por la mañana. Un sin número de personas vestidas de negro atestan la casa 29. No se trata de una fiesta, sino de un cúmulo de llantos y lamento debido al fallecimiento repentino de los dos pequeños, aparentemente por intoxicación. Pronto el ruido generado en la casa 29 se ve opacado por una campana que anuncia la llegada del camión de la basura.

El valor real de las cosas es el impuesto por el que menor interés siente hacia ellas.

FIN

Texto agregado el 08-12-2011, y leído por 93 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
19-12-2011 Excelente, no obstante, la última frase para actuar de moraleja debe ser mucho más clara de entender, suena a párrafo de "El Capital". NeweN
09-12-2011 Fuerte texto, bien relatado, un argumento duro pero muestra una triste historia que podria llegar a ser realidad. silvimar-
 
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