Un Viajero.
El viento cálido castiga el rostro del viajero y la arena viajando en él, todo lo recorre. Fríamente el sol, poncho de los pobres, ilumina casi con desprecio el camino de un hombre que debiera vivir en sombras. Montado sobre su caballo negro se cubre la boca y nariz con la tela hábilmente bordada. Su cuerpo es prueba de las batallas, marcas de pólvora y de fierros lo recorren dibujando sobre su curtida piel un mapa de su vida. Acomoda su sombrero para evitar que la arena le estorbe los ojos. Avanza sin rumbo, sin metas, resignado a encontrar la muerte en la pelea, llevándose a cuantos hombres, de las partidas que lo buscan, pueda. Es ahí, en el clamor de la batalla que olvida su pasado, su familia, o mejor dicho todo aquello que ha perdido. Ya no pertenece al bando de la llamada justicia, aquellos hombres que hacen cuanto quieren por el solo hecho de tener un papel. Él en cambio tiene el alma que Dios le dio, y el valor para continuar, cuando el dragón que vomita fuego se para frente a el.
En su cintura viajan sus pistolas y su daga. No tiene prisa por usarlas, pero nunca duda en disparar o hundir. Su poncho, regalo de su mujer que no ha vuelto a ver, una cantimplora, unos cigarrillos amarillentos y una caja de fósforos. Una gastada fotografía, los rostros que debería mostrar casi han desaparecido y desde luego su caballo. Esto es lo que queda de un hombre que una vez lo tuvo todo, un techo, una calida compañera y un hijo que constituía el fondo y la forma de su fortuna. Lamentable imagen que recorre el mundo, un viajero de sombras, un errante perseguido por envidia.
A lo lejos, una nube de arena delata la cabalgata de varios jinetes que se acercan. Su vista le permite distinguir el uniforme militar, azul con los botones dorados. La “justicia” se acerca.
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