Impredecible
Había llegado el gran día, la final del recital de canciones
organizado por la empresa Del Solar Ltda. Todos los años se llevaba
a cabo en el mes en que se celebraba un aniversario más de su
fundación, cuarenta y cinco años de trabajo y esfuerzo junto
a sus empleados. Todos podían participar, gerentes, ejecutivos,
técnicos, secretarias, empleados, obreros y familiares.
Seleccionados los seis finalistas, se designaría el primer, segundo
y tercer lugar, el premio llamaba a participar, una suma de dinero
importante y una semana de vacaciones para el ganador.
Luciano Campos, (Campito para sus compañeros de trabajo) era obrero
de la empresa desde los dieciséis años, comenzó como
jornalero y a sus cincuenta y nueve años realiza su jornada como
capataz de obra exitosamente. Cantaba desde niño en la parroquia de
su barrio, tenía una hermosa voz con registro de tenor con la que
deleitaba a quién quisiera escucharlo.
Su repertorio era variado, “Júrame” de José Mojica, “El
día que me quieras” de Carlos Gardel, su gran hit, por nombrar los
preferidos, pero su pasión eran las arias de ópera y sus
entusiastas oyentes debían aceptar escuchar una que otra sin dejar
de bromear: -¡sáquele primero la telaraña, compadre!-,
pero él no se inmutaba, era el precio que debían pagar sus
amigos para que él también disfrutara, no les causaba ninguna
molestia escuchar música de ópera mientras saboreaban una
parrillada con cerveza y vino tinto.
Luciano se perfilaba como el favorito, un jurado calificado
determinaría el ganador o la ganadora y en ésta oportunidad
el Gerente General había contratado una orquesta que
acompañaría a los concursantes.
El día establecido para el gran festejo, Luciano despertó muy
temprano, algo nervioso, su mujer ya tenía su frac y camisa
planchados, su corbata de lazo impecable, los zapatos muy bien lustrados y
sus calcetines nuevos, nada había quedado al azar, a la hora
indicada se dirigió al evento con su esposa, sus hijos, su suegra y
sus nietos.
Se dio inició a la competencia, el jurado en primera fila con sus
blocks de apuntes y el ceño fruncido, dándole así el
toque de solemnidad y rectitud que el certamen merecía.
Luciano, con dedicación de profesional vocalizó quince
minutos antes de su participación para calentar la voz, se
sentía seguro, más aún, ya se sentía ganador.
Escuchó su nombre por los parlantes, decidido y muy seguro se
ajustó la corbata, con las manos acomodó su pelo, su espesa
barba y bigote y sonriente se detuvo frente al micrófono, la
orquesta inicia los cuatro compases de introducción, Luciano
interpretaría una canzonetta napolitana.
Algo confuso lo distrajo en el preciso momento en que debía comenzar
a cantar, ¿qué sería eso tan extraño que
tenía puesto en la cabeza una de las damas del jurado?, la orquesta
recomenzó la introducción, Luciano inicia su
interpretación “¡Che bella cosa na jurnata 'e sole!” … era un
sombrero ¿de algún corsario abandonado?, tal vez ¿una
reproducción disminuida del bicornio de Napoleón, un
diseño británico de antiguas décadas?, Luciano desde
su estupor (la orquesta volvía a los cuatro compases de
introducción) intenta seguir cantando: “n'aria serena doppo na
tempesta” la dama en cuestión con su sombrero y gruesas gafas lo
observa expectante, como el resto del jurado, “Pe' ll'aria fresca pare gia`
na festa” Luciano intenta calmarse “che bella cosa na jurnata 'e sole, ma
n'atu sole cchiu` bello, oje ne', 'o sole mio …, siente que un nudo le
oprime la voz y lo irrumpe un ataque de risa incontrolable, le duele la
barriga y hasta siente un dolor agudo en las costillas, suelta la
carcajada, se dobla en dos, corren lágrimas por sus mejillas, el
público se contagió y comenzó a reír, la
orquesta dejó de tocar, el público aplaudía, aumentaba
el volumen de las carcajadas, retorciéndose de la risa, Luciano se
retiró del escenario.
Descalificado, fue el veredicto de los miembros del jurado; poco a poco el
ambiente volvió a la calma y prosiguió la competencia.
¡Incalculablemente inoportuno!- exclamó la esposa, -el
papá no tiene perdón, perdimos el premio, perdimos las
vacaciones, ¡es un irresponsable! ¿qué le habrá
causado tanta risa?, pero no importa, ustedes y yo sabemos que era el
mejor, ¡vamos a casa! cuando él llegue ya verán que se
le acabó la risa, sabemos que es un artista y los artistas son
así, ¡impredecibles!, siempre lo supe desde aquel día
que lo conocí y cambió mi vida.
Cuando yo esperaba un ramo de rosas él llegaba con un gato
esmirriado que encontró por el camino, si lo esperaba vestido con
elegancia para ir al cine, él llegaba vestido con un overol, si yo
quería que cantara una canción de Camilo Sesto, él me
cantaba La donna é mobile de la ópera Rigoletto o en el mejor
de los casos una canción popular italiana, y yo, estructurada,
maniática de la facha y esclava del ¡que dirán!
aprendí que la vida es una nada más y decidí vivirla
con él, un hombre leal, franco, romántico, imprescindible e
impredecible-
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