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Por primera vez amé el reguetón, bastante raro en mí que reniego tanto de la existencia de ese obseno y repetitivo ritmo. Y fue precisamente la naturaleza de tal baile, que propició un primer acercamiento entre él y yo, no precisamente con el ejemplo que ponen en los videos musicales, pero ya bailar juntos era suficiente para sentirme satisfecha de aquel encuentro.

Después vino la salsa y un poco más de contacto, su mano en mi cintura, después sus dos manos en mi cintura y yo abrazándolo por los hombros al mismo tiempo que agradecía a la vida, al destino que me lo hubiera puesto enfrente otra vez, de mi cuenta corría el resto. Cada vez se reducia la distancia entre los rostros, había sonrisas llenas de complicidad y su manos que inicialmente estaba en mi cintura se encontraba un poco más abajo, justo en el lugar ambiguo que no puede llamarse trasero pero tampoco espalda.

Por fin los rostros terminaron de acercarse para unirse en un beso, el beso que yo había esperado desde el primer momento; como sea, al fin había llegado. Ahí decidí jugarme el pellejo y le pregunté si le gustaría pasar la noche conmigo, respondió afirmativamente y era un hecho que aquel encuentro se había convertido en un peligro, ya que se había logrado retomar aquello que quedó en pausa 10 años antes.

Lo transcurrido en la cama superó en habilidad lo transcurrido en un sofá 10 años antes, con la diferencia de que no debíamos vestirnos para salir de ahí. Esta vez teníamos la noche por delante y parte de la mañana, la paz de no tener que escondernos ni abandonar el lugar. Dormir juntos, jamás había sucedido y yo no quise apagar la luz por el temor de despertar y encontrarme sola pero ahí estaba él.

Nos despedimos a medio día, satisfechos y nostálgicos, con la resignación de no concretar algo en común, a pesar de estar ya en el mismo país ahora a tan sólo 280 km de distancia. Sin ganas regresé a mi rutina y a mi condición de invisibilidad, a mis tareas mecánicas e imperceptibles propias de una casa y con la mente en aquella cama y en aquel momento en que me despojé de toda noción del tiempo y el espacio.

He vuelto un par de veces más, viajes fugaces, compromisos inventados , y en cada visita algo de mí allá se queda. Es cada vez es más denso el camino a una realidad solitaria, donde solamente me acompañan las ganas de volver a donde sigo coleccionando recuerdos.

Texto agregado el 05-12-2011, y leído por 148 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
10-07-2014 arriesgarse tiene esa dificultad, existen daños colaterales. Carmen-Valdes
02-06-2012 Como es narración y no cuento, asumo que la creatividad está en la forma de contar. La vida tiene daños colaterales que se llaman recuerdos. Newen
 
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