Todo había transcurrido de la manera habitual, tal y como se había planeado, con la única salvedad de que siendo mi paciente la esposa de un cirujano que además era supervisor medico del turno vespertino- se le había permitido a este estar presente observando el procedimiento. El joven anestesiólogo había puesto un bloqueo lumbar, la paciente yacía ya sobre la mesa quirúrgica, cubierta por las sabanas estériles, mi equipo preparaba todos los implementos de video y artroscopia, yo mismo enfundado en la bata y portando ya los guantes de látex; y de pronto el grito desesperado del anestesiólogo: -paro, paro- y como unidos por un hilo invisible todos hacia el monitor: una línea isoeléctrica como señal de ausencia de actividad cardiaca.
Se detienen nuestras manos, el esposo de la paciente se repliega hacia la pared, las enfermeras en auxilio del anestesiólogo, el anestesiólogo con el afán de revertir el status, asienta un golpe solido en el pecho de la paciente, yo exclamo si ayudamos en algo, el esposo pela los ojos desorbitados, la paciente exclama ayes de dolor, el anestesiólogo rectifica y sigiloso conecta el cable suelto que no registraba el monitor. Se justifica desde luego. Todo bien digo y 30 minutos después concluyo la cirugía.
En el cubículo de recuperación, el cirujano y esposo reconforta a su mujer y cariñoso le coloca una compresa calentita sobre el pecho de la paciente. Justo donde recibió el golpe. Ella se queja pero nada más tantito.
Dentro de la sala permanecemos todos en torno al anestesiólogo y pendientes del monitor y sus cables. Como no soltar las risas.
Dos o tres semanas después el subdirector del hospital a mi consulta
-Doctor quiero pedirle si puede operar a mi esposa, anda con problemas en la rodilla.-
-Desde luego con mucho gusto- Es mi pronta respuesta, a lo que el subdirector agrega enseguida: -Ah pero por favor, le encargo que sea con el anestesiólogo que las madrea-
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