A ti, valquiria, que cabalgas los vientos
bajo la orden de Odín llevando al poeta a su Valhalla.
Norna de mis tiempos, que transitas mi destino tan cierto
como Éfeso es tumba.
A ti, deidad de templos carnales, de fachada exuberante
y ventanas pícaras; Son susurros entre las piedras
el clamor de tu beso, y luz de camino
el brillo de tu iris intenso en la penumbra.
A ti, esclava de mis placeres y dueña de mis dudas,
honor de la batalla ganada cuando soy vencedor
y paño de lágrimas devoto en mi tumba.
A ti, que te guardo como Pandora guardó el fuego de Prometeo;
A ti, que te hago nombre con mi palabra, mujer en mi pecho
y sueño de la mente; A ti, te digo:
Que un día te contaré por qué resulta tan difícil acariciar tu cabello
- que son hebras de viento hirviente –
O por qué residen nuestras sombras a la orilla de un mar solo
- junto a la luna plata, hermana del sol que nunca fue –
O el por qué son nuestras siluetas brasas ardientes,
que se extinguen en un suspiro,
- como si se fuera toda la vida en un segundo, en cada segundo de vida -.
A ti, te digo:
Abre los ojos, y mírame.
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