Comenzó la apuesta.
Los dos chavales se dispusieron a correr por dos de las tres calles que partían en paralelo desde la plaza "Tres carabelas".
Gualberto por la calle "Niña".
Adalberto por la calle "Pinta".
Gilberto les dio la señal de salida.
Sonó un corto, sonoro, agudo y seco silbido y los dos jóvenes partieron con ímpetu hacia le meta.
Era la hora del alba y el sol, curioso, se asomaba a contemplar la belleza de la escena.
Las alargadas sombras de los muchachos doblaban en tamaño su estatura y los precedían en diagonal.
Al pasar por el gran solar vacío del final de la calle "Niña", la sombra de Gualberto corría a su mismo ritmo, acompasada, con rapidez por la calle "Santamaría" y entró en la meta, Plaza de "Colón".
Se realizó el milagro que le vaticinó su abuelo cuando era niño: "El día que comprendas y hagas posible el enigma "DOS POR TRES CALLES", descubrirás un nuevo mundo.
La joven y sonriente América, en el centro de la plaza, con un ramo de flores, se apresuró a entregar el premio al ganador.
Se agachó, besó el suelo a la altura de los labios de la oscura silueta y depositó las flores en sus brazos.
(En ese momento comenzó la costumbre de besar el suelo de una tierra que recibe a las gentes con los brazos abiertos).