Tijuana BC Nov. 2011. Y cuando vuelvo a casa…
Soy Andrea Guadalupe, mujer trashumante recreadora de la palabra, ser humano que lleva como medio de comunicación su pensamiento escrito.
Alguien que viene a decir una y otra vez que mil vínculos se extienden entre los mundos de excluid@s y excluyentes.
Mujer trans, a quien el tiempo invertido en desmitificar a la comunidad de la diversidad sexual ha convertido en leyenda, aunque, también, ese mismo tiempo ha tendido una capa de indiferencia que va haciendo borroso mi recuerdo.
Y cuando vuelvo a casa, representa no sólo el regreso de la amiga desde tierras lejanas con mil historias que contar, mil conversaciones que reavivar, sino que implica también, volver al contacto con la palabra escrita para convertirla en comunicación llena de vida.
Y, aunque soy mujer trashumante de aquí, de allá, de más allá, de todas partes, y algún día, la muerte física apagara mis ojos y aliento para fundirme en la magia eterna de mi inquietud, tortura sin aduanas, opresión en letras paridas entre soledades y nostalgias.
Y aún, cuando cuento con mi rincón existencial como centro de gravedad, como oasis, como una dimensión espiritual, como refugio para mis sueños de escritora y regar mis palabras hacia todos los puntos cardinales.
Soy de aquellas que intentan trasmitir imágenes a través de la palabra escrita, y se me desmorona la vista frente a las mañanas nubladas.
Ya han transcurrido años desde que la niñez me fue soltando la mano y mi adolescencia que se ha ido, dejo de sentir que las prisas agitaban mis piernas.
Este día, al salir de casa, he olvidado mi cartera y sólo tome algunas monedas con mi bolso.
Salí sin pensar que no se puede llegar muy lejos únicamente con monedas.
En la calle, da la impresión de que el trafico vacila al avanzar, que la gente camina disfrazada.
Mis apagados ojos, son incapaces de ver la amenaza que se cocina en las letrinas que son los corazones de l@s malvad@s.
De mis dedos, resbalan gotas de intranquilidad, me he encontrado con la mirada de unos niños que miserables, se trepan uno sobre otro en triste malabarismo.
Niños mendingando entre los autos, peleando espacios con ancianas que han dejado de cuidar sus plantas para deambular con la mano extendida, humillada la sabiduría de sus años por un gesto de generosidad que no llega, entre adictos que se dicen ex adictos, con sus tatuajes al sol y la esperanza renovada de llenar su bote, la consigna del día.
La tarde recibe los últimos destellos rojizos de un día que se apaga como una vela agotada de si misma.
En mi interior, aspiro a lo grande, a lo azul y total del cielo.
A veces, y sólo a veces, creo que todo esto es una mentira, que la vida es sobre la tierra, que este mundo está hecho de materia que volverá tarde o temprano a descomponerse y perecer.
Otras, como hoy, una guja dolorosa se clava en mi garganta.
Me niego a ser sólo una consecuencia llamada humanidad, ¿Esto es vivir?
Una cafetería es el mejor lugar para no pensar, y aunque un café seria reconfortante, recuerdo no traer el suficiente dinero.
Prefiero robarle algunas horas a ese tiempo llamado obligación y que no terminara en cuanto me conecte al internet, conteste los mensajes en el celular, y vaya a pagar los recibos de agua, cable y luz.
Camino sin rumbo, entre parejas peleando, perros sin dueño escarbando en la basura, al lado de mujeres con cejas tatuadas en arcos exclamativos, ejecutivos de trajes baratos cruzando las calles, y un hombre cubierto de globos, que es siempre la tragedia de las madres que no pueden controlar el llanto de sus hij@s.
Me encanta observar a la gente, me duelen los cuerpos obesos, compadezco a las mujeres sentadas como astronautas con cascos y aluminio cubriéndoles la cabeza en los salones de belleza.
El corazón de la ciudad escapa de mi entendimiento, aunque soy caminante trashumante que persigue lo equilibrado de quienes me rodean.
Camino por las calles de Tijuana, siempre me han llamando la atención las banquetas, más que los aparadores o anuncios publicitarios, no resisto dejar de mirar el contraste de mi calzado y el cemento renegrido, aunque los dueños de los negocios arrojen varias veces al día, agua olorosa a pino.
Pienso en las veces que he recorrido las calles y la mugre de las banquetas, ha saltado feliz a recibirme, expuestas al paso de sandalias, tacones, tenis, muletas, sillas de ruedas, escupitajos, y miles de chicles.
Banquetas resignadas a décadas de insensibilidad y contaminación.
De regreso a casa, siento el cuerpo pesado, como si despertara de un sueño insuficiente, enciendo algunas luces y anuncio en el muro de facebook que he tomado la decisión de irme a buscar otros espacios, quizá manejar hasta el fin de un camino que conduzca al mar, mientras escucho a Nicola Di Bari, recitar…He sabido que te amaba... y no quiero tener mas ilusiones y ver como se burlan de una pobre sonadora....
No alcanzo a ver todos los ¨Me gusta¨, que mi estado provoca.
Y cuando vuelva a casa, posiblemente nunca los vea.
Andrea Guadalupe.
Desde mi rincón existencial, donde el sol nace al poniente.
Tijuana BC. México. Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos sumergidos en una búsqueda natural. |