Alguien grita tu nombre



En la esquina que da a la Plaza
de la Revolución (de no sé qué día,
ni qué mes, ni qué año)
alguien grita tu nombre

puede haber sido un padre chillando
a un crío de pantalones cortos
y rodillas amoratadas que corre frente a mí,
en dirección a la carretera

una vecina asomada al balcón vociferando
una a una
las letras que te componen,
buscando la atención
de ese señor situado a mi derecha
traje corbata sonrisa gris
que rebusca algo en sus bolsillos,
unas llaves que probablemente habrá olvidado
en el tercer estante
del mueble del vestíbulo

una muchacha con abrigo rojo
que persigue la sombra
del chico que se pierde tras la esquina

son las cinco de la tarde

y ella reclama a gritos
al mismo tiempo que alguien pide
un café con leche al camarero de la terraza
ese último beso
olvidado tras el polvo sustituto
de la siesta
que le devolverá la banalidad de creer en el amor

alguien grita tu nombre
y una paloma se espanta y un perro alza las orejas
y el butanero detiene su grito y un viejo en un banco
levanta la vista de su diario
y una bicicleta derrapa y un estudiante
de primero de derecho
abandona por unos segundos
el artículo 4 de la Constitución Española:
la bandera de España está formada
por tres franjas horizontales
roja,
amarilla
y roja,
siendo la amarilla de doble anchura
que cada una de las
rojas

alguien grita tu nombre
que está formado
por tres sílabas horizontales
vocal-consonante-vocal
vocal-consonate-vocal
consonate-vocal
siendo la segunda
de sílaba tónica

alguien grita
por cuarta vez
tu nombre
y yo ya no te busco en esa Plaza
de no sé qué Revolución
en mitad de niños
de rodillas amoratadas,
de hombres grises, de muchachas
con el rubor de una tarde de sexo
instalado en sus mejillas

y cada una de las letras que te compone
ha dejado de ser exclusivamente tú
y ahora tiene centenares de apellidos
centenares de rostros,
porque mis labios hace ya demasiado tiempo

que no gritan tu nombre