PARA MUJERES I
El otro día estaba en mi trabajo hablando de la vida con mis colegas, y de pronto las miradas de todas las damas se iluminaron, las mejillas sonrojadas y las sonrisas se arrimaban en los labios de mis compañeras que habían visto pasar al galán, que como siempre parecía un príncipe.
En la vida de una mujer siempre aparecerá como por arte de magia ese tipo de hombre, que con la mirada posada en ti, te hace crecer las alas y una aurola en la cabeza, ese varón que se llena de colonia, chistes y comentarios gentiles para sus presas, que como borregos, suelen quedar a la merced del lobo feroz.
Cuando termino el espectáculo, y mis amigas me reían para que yo caiga en el juego de sonreírle como boba, me puse a recordar la primera vez que me tope con esa clase de hombre, joven e inocente, no sabía lo que me esperaba al enamorarme de un “príncipe”.
En primer lugar todo “príncipe” busca su “princesa”, una damisela de cabellos perfumados y estéticamente perfecta, bajo nivel intelectual y una experta en el arte de fingir felicidad, en fin, yo no era una princesa, yo quería lo que era mío, celosa, insegura, con días buenos y días malos, cada vez me alejaba más de mi meta, mantener al “príncipe” feliz.
La fatiga de querer ser como él, me llevó a una depresión típica de mujer frustrada, llena de ira hacia el mundo y patéticamente insegura de sí misma, porque al final el “príncipe” no quería una “princesa” para amarla por siempre, sino para que le aguante todas las infidelidades posibles y de paso lo consienta.
La sociedad desde pequeñas nos da patrones de los roles sociales que debemos adoptar en la adultez, y nos llenan de historias románticas en las que la felicidad por siempre es el final de los cuentos de hadas, y donde los príncipes existen, hombres hermosos que se enamoran perdidamente de la pobre, huérfana y empleada de bajo perfil. Esa no es la realidad, y lamentablemente muchas como yo aprendieron a golpes que el mundo es más hermoso cuando uno se percata de sus imperfecciones y las trata de sobrellevar con la frente en alto y una actitud positiva.
Así que, cuando me tropiezo con “príncipes” que caminan airosos por las oficinas derrochando suspiros por doquier, los miro y sonrió, pensando en el hombre valioso que me espera en casa, no tan perfecto como yo, pero tan humano como cualquiera.
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