Los celos son una terrible enfermedad, no cabe ninguna duda, por eso, luego de años de tener dificultades con mi pareja debido a ese trastorno, decidimos realizar una consulta para solucionar el problema. Nos celábamos en forma constante; yo no podía verlo cerca de otra mujer, y él me vigilaba todo el tiempo debido a su obsesión.
Un día vimos un anuncio en Internet: "Solucione en pocas sesiones sus problemas de pareja", era el título. El resto del artículo publicitaba curas milagrosas para temas de celos y también para otras desavenencias que nosotros no padecíamos. Por supuesto, me entusiasmé enseguida, pero él desconfió de las promesas mencionadas y dijo que darles entidad era una pérdida de tiempo. Reconozco que la publicidad no parecía muy seria, pero a mí me inspiraba confianza.
Discutimos una vez más; finalmente accedió y pude concurrir a una entrevista para averiguar cómo era el tratamiento. Cuando él se enteró de que la que se encargaba de los diagnósticos y terapias era una mujer, todo fue más sencillo.
Así fue como concurrí al consultorio y obtuve los primeros asesoramientos, que enseguida le expuse al amor de mi vida. Sólo teníamos que perfumar nuestra casa con unas esencias curativas de cardo santo y poner en algún sitio especial, una piedra llamada calcedonia. Ambos elementos eran mágicos y, supuestamente, iban a ayudarnos en nuestro problema. Por supuesto, también era importante que cada uno tuviera sus espacios propios. Pasaron unos días y no notamos ningún avance a pesar de cumplir con todas las recomendaciones.
En la segunda sesión ya no estaba tan segura de que iba a obtener resultados, y así se lo manifesté a la especialista. Ella sostuvo que podía garantizar el éxito del tratamiento, pero era imperioso que concurriéramos los dos, de lo contrario, dudaba de que lograra aportarnos alguna utilidad.
Él nunca estuvo muy convencido, pero conseguí que me acompañara. Ese día yo estaba tan feliz que me ilusioné pensando que nuestra relación podía mejorar. Recuerdo muy bien el momento en que llegamos a la consulta. Todo era perfecto; creo que hacía mucho tiempo que no me encontraba tan bien, hasta que ocurrió algo en verdad muy extraño. Claro que, enseguida nos fuimos de allí sin siquiera saludar, muy indignados por la falta de respeto de esa farsante.
No sé si se quedó ciega de improviso o si en realidad se volvió loca, pero cuando comenzó a atendernos me miraba únicamente a mí; y al rato se le ocurrió preguntar, con esa sonrisa autosuficiente y falsa... por qué no había concurrido con mi pareja.
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