De pie, en el portal de la puerta.
Entre cerros y montañas, entre mar y cordillera, día tras día Bárbara mira hacia el camino que se pierde zigzagueante en el bosque que años atrás, juntos habían plantado, fija su mirada para verlo llegar, cansado, sudado, cargado; De lejos puede ver el sombrero destartalado que él acostumbra llevar y que proteje su cabeza del sol en verano y de la lluvia en invierno, su ya hilachado sombrero de colores verde limón y canela se confunde entre el follaje que ya comienza en este otoño a dibujar hermosos paisajes hacia donde la vista se pierde, y un inevitable suspiro emerge de su pecho. Ella, de pié en el portal espera, espera....
Sobre su cabeza las iniciales de sus nombres grabadas sutilmente, como si al dibujar las letras en la madera no se hubiese querido dañarla, más bién adornarla.
Ella, esbelta delgada, piernas contorneadas, piel tostada, ojos color miel- soñadores, boca muy delineda, cabello largo y ondeado, de un color que al sol parecía rojizo, más era de un rubio almendrado, natural, brillante...
Mirando al Sur, su espalda apoyada en la puerta sin darse cuenta que la luz del sol ya se recostaba tras la montaña; Ansiosa mira, y sus manos se agitan arreglando su desordernada melena, un tanto enmarañada y que él siempre con ternura al llegar junto a ella, arregla suavemente, perdiéndose sus dedos como peines en cada mechón mientras su boca impetuosa besa los labios femeninos fundiéndose ambos en un abrazo esperado todo el día al tiempo que sus cuerpos se deslizan juguetones dentro de la casa; Pensando en todo esto ella feliz en silencio espera, espera...
Han pasado siete años, su cuerpo refleja el cansancio de horas extensas bajo frío, bajo calor, manteniendo la cosecha, ya débil producción...
De pié cada tarde como siempre, en el portal de su puerta, su mirada se pierde, sus sueños desbanecen, él no ha llegado, el plato de sopa se ha enfriado, y en la habitación un lecho frío espera cada noche sentir el amor de dos cuerpos que una vez se unieron y envolvieron el cuarto de risas, suspiros, besos, caricias...
De pie, en el portal de la puerta, ya no sueña, ya no espera... gira suavemente su cabeza y fija su mirada ahora serena; A unos pasos entre coloridos lirios y azucenas, entre verde hierba y enredaderas, una fría lápida inclinada por tormentas, deja leer en clara letra : " Santiago, sólo duermes... te regalo una flor, un recuerdo, te regalo mi eterno amor" Bárbara.
Y ya todo ha cambiado, el camino se ha tapado de hierbas, musgo y arbustos que entrecruzan sus ramas como queriendo ocultar la entrada, como si quisieran que nadie les visitara y Bárbara como una doncella encantada, ahora sola con sus más bellos recuerdos, ya no espera, ya no llora...
Bajo la almohada en donde su llanto hasta ayer ahogaba... guarda una nota, escrita entre lágrimas el día que Santiago se durmió y no despertó, el día que su reloj y el tiempo en el calendario se paró, el día que a la tierra su amado entregó.
Una hoja ya arrugada, una letra que hace ver una mano que seguramente tiritaba, palabras que por momentos denotan que por una lágrima fueron bañadas....¡Cuánto dolor, desesperación en esos días a Bárbara atormentó!.
Siete años han pasado, siete años a diario en el silencio de la noche la naturaleza ha escuchado : "Amado Santiago, el dulce recuerdo de tu mirada, tu sonrisa que alegres jornadas me brindara, tu abrazo, tu olor a verdes praderas y anocheceres de dicha plena... inundan nuestra casa. Aún te veo cada tarde llegar, siento tu respirar y hasta mi cabello sutilmente arreglar.
La vida se detiene cada día en el portal porque ya no te veo, no está tu regreso. Aún así, vivo por tí, en la confianza que continúas aquí, en la casa, en el jardín, en nuestra cama, en mí... ¡Sí mi amor, siempre estarás en mí!, Bárbara. |