- Se llamará Ernesto-, dijó Camila mientras sostenía a su bebito, cubierto de sangre y grasas, entre los brazos.
El dolor de un parto difícil se disipó en el momento que vio a ese ser arrugado, color violáceo y húmedo salir de entre sus piernas y escuchó a la matrona decir “es un bello varoncito”… aunque siendo objetiva, Camila no le veía nada de bello, tan sólo se maravillaba, al observarle, de la sabiduría de la naturaleza al hacer posible la creación de una vida a través de su cuerpo pequeño e insignificante, al concederle la capacidad de tener un hijo… Hijo, una palabra tan simplona, de tan sólo 4 letras, que tiene un significado que trasciende el tiempo y la vida, el cual, para comprenderlo no bastan los años de gramática y semántica estudiados en la universidad… mejor dicho, éstos sobran.

Para Camila es incomprensible como el simple acto de parir la puede hacer sentir tan llena, como si, junto con el pequeñito que apretaba torpemente contra el pecho, hubiera nacido nuevamente ella para darle la vida y descifrar el enigma que arrastra desde que nació mujer.
Cuando supo que estaba embarazada lo primero que pensó fue : “Se llamará Ernesto”, aun antes de saber si sería un varón quien venía en camino (a pesar de que nunca tuvo duda alguna que sería un niño) -¿Por qué no Pablo, como su papá? Le preguntó Paula, su amiga … mejor dicho su hermana, pues así es como suelen llamarse; - Porque quiero que él sea diferente… ¿diferente?, Camila se moría porque su hijo fuera como Pablo , pues por algo ella se había enamorado de él. Le fascinaba la idea de verlo reflejadoen esa nueva vida que se forjaba dentro de ella y sentía casi suya, aunque intentaba por todos los medios de tomar consciencia que un hijo no es “propiedad privada”. Deseaba escuchar esa risa violenta y sentir esa mirada sarcástica, pero esta vez con real ternura. Deseaba con locura y hambre, un abrazo que la rodeara con los mismos brazos de ese escurridizo amante, pero gran amigo, de quien decidió preñarse, sabiendo que nunca lo podría tener con ella; pero sin duda no había mejor semental en el mundo ni persona que ella quisiera más que Pablo para hacerla madre.

Al mirar nuevamente al pequeño Ernesto sintió a su amigo más suyo que nunca, tan infinito como su existencia y tan grande como ese llanto que le llenaba las entrañas y el pecho. Por fin alguien la necesitaría, dependería de ella y estarían unidos por un lazo eterno e indisoluble. Fantaseaba con los futuros “días de la madre” y los besos y abrazos que recibiría, con los primeros pasos del niño caminando hacia ella, cuando lograra decir mamá… no pudo evitar sonreír

-…Camila, …Camila – Dice el médico con voz tierna y suave.
Ella se encandila con la luz sobre su cabeza. Ya casi había olvidado que estaba sobre una camilla, en un hospital.
- Lo siento ,hija, no pudimos salvar a tu niño. Los tres primeros meses de embarazo existe un alto riesgo de aborto y éstos son muy frecuentes. Pero de ningún modo impide que más adelante seas madre. Una sonrisa se dibuja en el rostro del médico mientras dice – ya verás como dentro de poco estaré nuevamente atendiéndote a ti y a tu “cabro chico”.

Camila permanece pétrea sobre la camilla, un trocito de su cuerpo está muerto, como también un trocito de su alma y sus sueños. Por un instante se le secan las lágrimas y siente un vacío, su vientre es nuevamente un páramo, ya nadie tiene un futuro junto a ella y tan sólo queda un nombre sin dueño… Ernesto.