Tomado con las dos manos huesudas al extremo opuesto de la pequeña mesa, acerca la cara a la tacita de café relamiendo interminablemente con la lengua los bordes escaliados y superficies interiores de la pieza, tal vez dando cumplimiento a un excitante y personal rito ambiguo. Definitivamente extraviado sonrió con malicia y continuó con su enajenada ocupación.
Llevaba puesta encima de los hombros una campera de nylon azul desgarrada en una hombrera. La gorra estilo “Lenin”, requintada sobre la calva coronilla, acentuaba el perfil prosaico y brutal de esa cara cortada a pico y cuello de gran predador, recio y membrudo.
De pronto comenzó a sacudir la cabeza a uno y otro lado con frenético delirio, gruñendo de impaciencia:
- “No soy un profesor delicado, soy un asesino”; abrió los ojos, giró la cabeza tratando que su discurso llegara con claridad al “rengo” Colin.
- Doscientos mil viejo rengo…y ese fui yo. Yo los maté. Niños, ancianos, hospitalizados…nada quedó con vida. Plantas, mariposas, gorriones. Yo, nadie más que yo…y tú lo sabes… ¿O no lo sabes estúpido baldado?
Tras el mostrador Charlie, el cantinero, y el parroquiano aludido (dedicado con fruición a la caza de moscas con una sola mano como un sapo hambriento lo haría con su larga lengua), bostezaban de aburrimiento cansados de verse la cara. Por fin el rengo, blandiendo su muleta para agregarle más carácter a su criterio, dijo:
- Vamos viejo, déjate de hablar tonterías y vuélvete a tu lugar que ya es hora. No hagas que te vengan a buscar otra vez. Esa ambulancia nos crispa los nervios y los tipos arrastrándote como si fueras un oso pulguiento, aún más. Vuelve al loquero…y guárdate por hoy tus ridículas historias. Bastante tengo con mi mujer, mi pierna apestada y este whisky que huele a gasolina.
- ¿Crees que lo pude evitar Colin? ¿Lo crees?... Yo contesto por ti: Sí pude evitarlo… si me hubiera comportado como un hombre ya lo creo que lo hubiera evitado. Maldito el vientre de mi madre que parió esta basura. ¿Soy o no soy una basura?.. borracho idiota.
Interviene el cantinero.
– El rengo Colin tiene toda la razón del mundo Claude. Si te portas bien y te presentas a su hora en el Establecimiento, nuevamente mañana te dejarán salir y aquí volverás a repetir la cantinela con la que nos alegras nuestros días “más que dichosos”.
Charlie termina de secar el último vaso echándose el trapo maloliente al hombro.
- Claude: Hace dos meses que nos hablas de tus “doscientos mil muertos” y aún no sabemos a qué te refieres en concreto....hedienta bola de grasa. Sácate ese pantalón orinado y mañana, si nos haces el “superlativo honor” de acompañarnos, ven con uno limpio. Ten a bien.
- Fueron más de doscientsos mil, mucho más. No quiero saber la cantidad de las víctimas pues me consuela pensar que no hay que agregar un cero más… como me temo. Mujeres pariendo, niños camino a la escuela. Perros vagabundos, ratas, un zoológico entero. Todos murieron por mi culpa y el pacato del coronel “mierda” que aún se vanagloria por haber participado en la matanza, sigue recibiendo condecoraciones. Seguro que tiene reservado en el infierno un lugar peor aú que el que me aguarda a mí.
Se calza la campera y ajusta el nudo de la corbata violeta y gris golpeando la mesa con los nudillos de ambos puños.
- Que me hagan Consejo de Guerra si quieren, pero no he de callarme: Fue, es y será una mierda. Lo juro por las bolas de Truman.
Lo dejan hacer. Una mosca no fue tan lista como las otras. El rengo se la muestra al cantinero con orgullo.
Levantó los hombros, señaló con el índice un punto del techo perpendicular a su cabeza. “Doscientos mil ¿o serían dos millones? Basta, ¡basta¡, ¡bas…Llora desconsoladamente.
Con el rostro rojo de desesperación, restregándose la barba de varios días se levanta quebrado por el llanto y hace chocar los tacos. Con irreprochable marcialidad ensaya una solemne venia y se retira aspirando fuertemente por la nariz.
- Maldito vientre de mi puta madre; maldito y pútrido vientre…doscientos mil inocentes, o tal vez dos millones ¿quién sabe?...
Antes de abandonar el local ladea el cuerpo, lo afirma sobre el borde de la puerta de cristal, gargajea un espeso esputo de tonalidades verdes y amarillas. Lo lanza a la vereda herido por la autoflagelación.
- Cuando al mundo le haga el inmenso favor de morir escupan sobre mi tumba y la de mi madre, puta infame.
Tambaleándose cruza el portal y se pierde en la espesa negritud del arrabal.
- Oye Colin, ya es hora de cerrar el negocio. Por hoy tengo bastante con tu cara de cornudo conciente y las imbecilidades de ese desgraciado. Ten a bien de pagarme y…largo.
- Siempre tienes razón Charlie.
- Quédate con el vuelto. Hasta mañana Charlie…
- Hasta mañana Colin.
…………………………………………………………………………..
Como muchos saben la bravía aviación norteamericana consideró imprescindible un seis de agosto del año de la hiena, echar sobre la desprevenida población japonesa de Hiroshima (lo hizo también sobre la de Nagasaki) una bomba atómica que destruyó innecesariamente la poca confianza que era posible tener en el hombre hasta ese momento.
Pero tal vez pocos sepan que Claude Eatherly era uno de los pilotos que condujo la hazañosa misión. Cuando tomó conciencia del genocidio que protagonizara enloqueció. Lo meten en el hogar para dementes del Pentágono, pasa seis años y lo dejan libre. Anda a la deriva, intenta suicidarse, se lo impiden. El resto de la historia puede ser la que ofrezco modestamente al lector.
¡Ah…¡ El otro bizarro que lo acompañaba era un tal coronel Thibbets. Hasta el día de su muerte se asumió como un héroe de guerra. “Soy un soldado americano,- alardeaba con orgullo- y estoy a la orden de mi patria. Si como dicen murieron tantos no es mi culpa. No lo decidí y lo ignoraba…”
…………………………………………………………………………….
El autor se permite rematar su efímera burbuja con una cita que también describe al Hombre genérico como lo que se manifiesta en él, a veces: Un mono risueño.
Dice así:
Sirven un plato de huevos y la dueña de casa pregunta a Marcelo Torcuato de Alvear, benemérito presidente de los argentinos:
- ¿Les pone sal?
- No, zeñora.
- ¿Les pone pimienta?
- No, zeñora
- ¿Les pone mostaza?
- No, zeñora.
- Pero, ¿qué le pone a los huevos?
- Talco,zeñora,talco.
-
(Adolfo Bioy Casares : “De jardines ajenos”)
LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
Noviembre de 2011
Derechos reservados.
|