Ya llevaba siete días trabajando. Estaba increíblemente cansado. Más sabía que había algo que se le había escapado. Un detalle, quizás por aquí, quizás por allá.
Comenzó por el principio (era bastante riguroso). Chequeó la base; era sólida. Chequeó la estructura, los argumentos. Chequeó los verbos, los sustantivos (comunes y propios). Chequeó el estilo, el cual le había tomado un poco de tiempo concretar, y se dio cuenta que no era eso lo que estaba mal, que era algo más.
Y entonces lo supo. No era suficiente. Todo su trabajo era sólo una pequeña porción de lo que debía haber hecho. Pero, ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo arreglarlo? Y lo más importante: ¿Dónde poner lo que faltaba? Mas a la izquierda, arriba… ¿en el final? (No, no, el final tiene otra función). Pero no quería ser egoísta, así que decidió otorgárselo a cada pedacito de su trabajo. ¡Eso!, eso está muy bien… tan sólo unos retoques mas y ya está.
Pero no. Ahora todo estaba mal. Ya nada tenía sentido, todo se había arruinado. Le dolía la cabeza y al confirmar que estaba solo, se recostó y comenzó a masajearse las sienes. Respiró profundo y cerró los ojos. Sabía que lo que había hecho arruinaba lo anterior. Pero también sabía que era imprescindible.
Nadie sabe cómo ni cuanto se demoró en descifrarlo, ya que como dije antes, estaba completamente solo en ese entonces, pero de alguna forma lo entendió. De alguna forma lo puso, y a la vez no. “La realidad de lo que percibirán con los sentidos no va a ser suficiente. Nunca lo será. Debo crear otro mundo al cual acudir cuando se aburran de este, cuando no alcance para aquellos que alto deseen volar. Dos mundos que no podrían haber sobrevivido juntos jamás.” Y con estas palabras, Dios creó la imaginación. (Ahora bien, si dijo estas exactas palabras, es otro tema)
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