A veces, para cumplir un deseo es preciso hacer trampa: reescribir la historia barajando el recuerdo y repartir corazones. Entonces sí, el enternecimiento de los encuentros, el frenesí de las noches sin tiempo, la analogía en el silencio, la conexión en la mirada y las despedidas siempre imposibles.
Cuando la realidad es un juego de cartas solitario, la trampa es una táctica inocente y la victoria un engaño sin víctimas. Cerrando los ojos se desconoce el infierno de los adioses abrumados.

Después, el juego cobra las deudas. Cuando la luz del día impone los pasos, la ausencia destapa sus mitos: la distancia perenne, las barreras abruptas y el frío en la casa…