… “Permanecimos más de mil años ante las piedras que aplaudían. Hicimos las reverencias correspondientes, en ese mar hecho teatro donde disfrutamos del único espectáculo que realizamos juntos. Ya no teníamos que comer, ya no teníamos dónde ir, el mundo era un lugar vacío para nosotros. Vi rodar lágrimas por sus mejillas. Me dolió ver eso. Ella aún era capaz de sentir. Las mías se habían encostrado en algún recoveco estéril de mis entrañas. Mirar en dirección al mar era lo único que podía hacer. Y ella estaba tendida sobre la arena, llorando a más no poder y dibujando semicírculos con los dedos. Parecía una perra huacha, desahuciada, abandonada a su suerte, desangrándose por los ojos ante el enorme crimen, ante mi atropello… De constatar una vez más que yo era incapaz de quererla y mucho menos de amarla”…

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