Soñaba, en mis desvaríos adolescentes con tres ciudades fonéticamente bellas:

- KATMANDÚ: Generosa cual madre con pechos rebosantes de leche, es un caos ordenado donde cada vaca y cada persona tiene un pequeño lugar donde cobijarse y un pequeño y, no tan pequeño , templo para pedir y recibir de los miles dioses, unos generosos, otros sanguinarios.
Bellísimas mujeres adornadas con pulseras que tintinean al andar como cascabeles sonoros, como campanas en días de boda. Élla es cual matrona romana aderezada con aceites y pétalos de rosas.
Es la madre a donde siempre se quiere regresar.

-USHUAIA: Pequeña, agazapada entre montañas y una bahía que sueña con extenderse al fin del mundo; esos vientos que te hielan para que no te vayas, para que te quedes hechizado con esa tierra tan hermosa como mis ojos nunca vieron, ni mis oidos escuharon palabras tan sonoras como las salidas de las bocas argentinas.

-SAMARKANDA: La patria de Tamerlán, novia del temible Gengis-Kan, karavanseray de la seda me transportaste, me arrobaste, me hechizaste al soñar con tus calles repletas de caravanas, de tropas, de camellos y porqué no de putas engalanadas para la soldadesca, de putísimas refinadas para los capitanes. ¡Cómo debió quedarse Marco Polo al contemplarte!
Arenas rojas y negras del Kara-Kum que se metieron en mis ojos, mi boca y mis pies.

Yo te amo, Samarkanda de mis sueños adolescentes como amo a la generosa Katmandú y la pequeñísima Ushuaia.
Quién fuese seda, diosa Parvati, o, viento antártico para quedarme con vosotras.