De rostro expresivo, pelo alborotado y lenguaje gestual al que acompañaba una verborrea interminable, Benedicto Artugo Villena era conocido en el barrio como el psicoloco, chiflado o simplemente el loco Artugo por sus excentricidades. Saltó tristemente a la fama el día que ahorcó a un presunto violador en serie durante el examen psicológico de rutina como profesional adjunto de la policía nacional purgando su crimen en una inexpugnable prisión. El atroz homicidio y los años en el encierro solo hicieron agudizar sus extravagantes divagaciones. Como protesta por su detenimiento, después de cumplir con la pena arrojó al mar sus presuntas obras de arte conformadas por pinturas y esculturas lo que llamó la atención mediática convirtiéndolo en un personaje pintoresco y hasta simpático para algunos y un perfecto idiota para otros. Ahora ya libre, viste en forma extravagante, se tiñe el pelo con colores llamativos, se ufana de haber evitado más violaciones y muertes de menores y juega por las tardes con su pequeña hija Adrenalina acompañado por sus fieles perros Aristóteles y Entelequia.