A Jacquie, la única e irrepetible ¡Gracias a Tata Dios!
Yaquita es un adorable bicho bolita. Haciendo caso omiso a su gran virtud prefería autodefinirse como: “un típico bicho bolita”.
Pero ahora estaba decidida a terminar con el paradigma que fue construyendo con ladrillos propios, prestados y heredados.Atravesó lentamente la plaza con destino a la oficina de reclamos. Llevaba consigo su cuadernito de hojas multicolores, donde había escrito detalladamente cada una de sus quejas.
Entró, la asistente le dio un número, aunque la sala estaba vacía. Lo tomó, era el número 1. Casi una obviedad, pensó: “Soy la única”
-Adelante, dijo la asistente, Tata Dios la atenderá.
-Buenas tardes, Yaquita, póngase cómoda.
Miró a su alrededor y opto por permanecer de pie. Adoptó su típica posición: los muslos dejando un espacio de 1 cm, las rodillas juntas, las pantorrillas separadas, más la izquierda que la derecha. y sus piecitos formando un ángulo de aproximadamente 45°. Su cuerpito redondeado, los hombros encorvados, la cabeza gacha y su color gris, la hacían parecer aún más apesadumbrada.
-Buenas tardes, Tata Dios.
-¿A qué debo su visita?
-Bueno, en fin…
Toda la fuerza de su decisión empezó a decaer, volvió a su costumbre: los rodeos.
-Yo…, en realidad…
Pensó en abrir su cuadernito, pero su relato no sería tan contundente si se apoyaba en las notas.
-Mire, la cosa es que… ¡Soy un bicho bolita!
Hizo un silencio, dejando que Tata Dios intervenga, pero fue inútil. Entonces prosiguió:
-Otros bichos tienen algo que los hace especiales: la araña teje; el grillo canta; el escarabajo deja su huella en la arena… Y ¿Yo? ¡Soy simple 100x100! ¡No hago nada! ¡No puedo hacer nada!….
-Bien, le haré algunas preguntas y anotaré cada una de sus respuestas.
Yaquita pensó que sería fácil. Contestaría sin jugarse demasiado como lo hace habitualmente y se marcharía con algún preparado para tomar antes de dormir, que mágicamente levantaria su autoestima.
-¿Qué número le tocó, Yaquita?
-¡Soy la número 1! No ve que estoy sola?
Burlonamente, con un cierto aire de soberbia agregó:
-¡Yaquita, la única!
Tata Dios anotó: “¡Soy la única!”.
- ¿Usted ama?
- Sí, por supuesto… No estoy sola en este mun…do...
Recién acababa de decir lo contrario ¡Que ironía!
Tata Dios anotó: “No estoy sola en este mundo”
- ¿Por qué motivo los ama?
- A mi hija, porque es soñada; a mi amiguita del alma, porque es una loca linda; a mi padre, porque es adorable; a mis hermanos, porque son mi sostén…
Tata Dios anotó: “Porque todos ellos tienen algo que los hace especiales”.
Asi es, penso Yaquita, pero, cómo hace este bendito para devolverme mis palabras? Comenzó a sentir que estaba acorralada por sus propios términos.
- ¿Cuánto los ama?
- ¿Cómo cuánto? se molestó. Cómo decir: amo el 100% a mi hija, el 45% a mi amiga, el 2,5%...? ¡Imposible cuantificar el amor a alguien!
Aunque ella misma se había presentado como “simple 100x100”, prosiguió tratando de saltearse ese monto.
-No se puede cuantificar racionalmente lo que se siente con el alma. ¡No sea tonto, hombre! Contestó irreverente, forma propia del enojo.
Tata Dios anotó: “No se puede cuantificar racionalmente lo que siente con el alma”.
- ¿Cuántas lágrimas derramó al escribir su nota en el cuadernito de hojas multicolores?
Yaquita hizo silencio. Nunca había derramado una lágrima, jamás se lo permitía. Por eso, necesitaba darle una respuesta que la justificara. En su cabeza daban vueltas todas y cada una de las razones que siempre tiene preparadas para protegerse de los embates de la vida: “¡Llorar es para débiles, o para vulnerables o tal vez para bohemios escritores!, Esta vez, todas le resultaron vanas… “No se puede cuantificar racionalmente lo que se siente con el alma, ni justificarlo”
Sus piernas ya no estaba firmes, sus rodillas empezaron a doblarse hasta tocar el suelo. Todo lo que había dicho en esa sala, sus propias palabras, su propia semántica la llevaban a reflexionar sobre si misma, y su propia alma quedaba al descubierto. Una lágrima comenzó a rodar por su mejilla…
Se puso de pie. Por primera vez en la conversación, Yaquita, levantó su cabeza, aunque, tenía los ojos húmedos, podía ver con claridad el lugar donde se encontraba, comenzó a repasar cada detalle: la mesa con el mantel blanco, la alfombra del piso, el sillon con el protector marron, las imagenes del fondo, y alli, sobre un costado, el cartelito simple: “UNA LÁGRIMA QUE CAE, UNA REFLEXIÓN QUE SE ELEVA”.
Tata Dios sacó un pañuelo, Yaquita lo tomó y se aferró a él. Se dirigió hacia la puerta, ya tenía lo que había venido a buscar.
- Déjeme hacerle una última pregunta… ¿Cuánto vale esa lágrima?
- ¡No tiene precio! ¡Soy Yaquita, la única”!
No hacía falta seguir anotando…
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