En la duermevela se acarician
ángeles solares y palmeras,
juegan delicadamente, como siluetas de pájaros,
sombras perdidas en la aurora
gastadas al cabo de la noche larga.
Sobre la pesada mar de hombres y edificios
tienden ya la balsa etérea
invitando a los pasos y los latidos.
Un velo extraño abriga todo,
todo, hasta los oscuros rincones,
mientras las manos celestes alimentan
las floridas calles sin corazones,
con sonrisas guturales y pasiones tibias.
Y la vida parece dibujarse con coloridos retazos
Que entre hilos dorados
Indiferentes bordan el último de sus tejidos,
Hilando a las manos sucias,
los corazones enfermos,
Los días de luz,
los más bellos sueños.
Y todo se parece a la mano divina,
A los divinos trazos,
al sendero boscoso de antiguos leñadores,
y al sol pintado en la vieja montaña.
Con las manos recojo recuerdos,
E intento besar a los ángeles,
Imposible, cierto, pero lo intento,
Y una extraña emoción
Sobrecoge mi ánimo,
Y como canción, poesía musical, soneto,
lo duerme en la balsa etérea,
dibujando en las nubes versos,
mientras la balsa pasa sobre todo,
todo, y también sobre el tiempo;
y llega como regalo del dios,
la esperanza pequeña,
como la rosa, hermosa,
efímera, perecedera.
Y arriba la balsa en el corazón,
Y allí despierto.
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