EL CURA SIN CABEZA
Tannn, tannn, tannn… 12 campanadas lentas, pesadas, lúgubres, de la iglesia mayor, oyéndose el eco en la obscuridad que marcaba la medianoche de la Loja de antaño. Las 12 de la noche es la hora del despertar de espíritus y fantasmas.
Fue muy mentado y temido en Loja el hecho de que un “alma en pena” recorría a deshora las calles adoquinadas, las estrechas y obscuras calles de esta ciudad. El rumor iba y venía, pasando de boca en boca, aterrorizando a la devota población que por miedo se encerraban a tranca y aldabón con el último rayo de luz de la tarde.
Cuentan que desde hace un tiempo acá, ven salir por una de las puertas laterales del convento de San Juan del Valle, a todo trote, un caballo que iba por la Gran Colombia a la calle Real de la ciudad, lo que hoy es la calle Bolívar. A galope abierto, llegaba hasta la 10 de agosto para cruzar hacia el oriente y perderse más o menos por el convento de las monjas conceptas. Nadie sabía nada más del audaz jinete que se atrevía a desafiar a la “mala hora”, cuando las campanas repicaban a las 12 de la noche.
¿Qué lojano no es curioso? ¡Y más aún sus mujeres!, Cuando se encerraban en sus casas por la noche, siempre dejaban un huequito para mirar por allí ¿Qué era lo que sucedía en la fría madrugada? Y apenas se perdía el eco del último campanazo de las doce, llenos de espanto, ellos mismos veían pasar como relámpago un jinete con sotana de cura y montando a pelo; las piernas y los pies apretando la panza del caballo y las manos aferradas a la crin,… ¡el horror! El jinete ¡no tenía cabeza! ¡¡¡Extraño, pero no tenía cabeza!!! ¡Qué confusión y qué pánico debió haber causado en la aplacible Loja aquella aparición que durante el día estaba en la conversa de todos y, por la noche, ponía a temblar también a todos!
-¡Está cerca el fin del mundo….! Decían los abuelos,
-Estas cosas no se veían en nuestro tiempo…¡Claro! nuestros tiempos fueron mejores…
La típica perspicacia de los lojanos que le pone apodo a todo, también le puso uno a esta aparición bautizándola como El Cura sin Cabeza.
El 24 de septiembre del año del Señor, en el que apareció el fantasma, hubo en Loja bastante comida, trago y música de la buena para festejar a las Miches. Aunque la fiesta empezó tarde, acabó temprano, porque el miedo estaba esparcido en el asustadizo vecindario, las señoras “jalaban” pronto a sus maridos a la casa para evitarles el siniestro encuentro con el “Cura sin cabeza”. Al salir a la calle, las mujeres se persignaban una y otra vez, nerviosas, repitiendo como cantaleta: Ave María Purísima, Ave María Purísima… y sus maridos refunfuñando entre dientes, aunque también tiritando de miedo: “viejas chuchulecas, viejas beatas y miedosas”.
Los solteros, a quienes nadie los arriaba a casa, siguieron cantando pasillos: ¡Sino cruel!, hoy en extraños lares bogo en los mares de la aflicción. ¡Sino cruel!..., y echándole copa: “la del estribo”, la que envalentona a los machos para enfrentarse con cualquier cosa a esa hora de la noche. Cuando empezaron a sonar las 12 campanadas tan, tan, tan… se votaron a la calle en busca de dar caza al “cura sin cabeza”.
Apenas llegaron al parque central vieron pasar veloz, por la calle Bolívar, un jinete en su caballo. Fue tal el miedo que, algunos, mejor dicho todos, sintieron que se pichian en los calzones y, sin decir nada, salieron en estampida de regreso a su casa. Los más temerarios, los 4 que se quedaron, se tomaron todo el trago de la caminera y, hechos bestias de borrachos, más locos que cuerdos, se quedaron a esperar el regreso del aparecido que, según se decía, volvía casi al amanecer.
Se les ocurrió tenderle una trampa, para lo que amarraron de un poste a otro de la calle una soga bien gruesa a la altura de la cintura del jinete. Y luego se sentaron a seguir chupando y contando cachos para aguantar y disimular el miedo.
Un campanazo para anunciar la muerte del día y el nacimiento de uno nuevo, dos campanazos, las dos de la madrugada, tres… y cuando sonaba el último de los cuatro que anunciaban el alba, llegó a sus oídos el trote apurado del jinete que regresaba. Los muchachos se escondieron esperando lo que habían imaginado cuando el jinete tropezara con la cuerda.
Dicho y hecho: tal como lo planearon, llegó el caballo a toda velocidad y, sin percatarse del obstáculo, el jinete voló por los aires cayendo de nariz al suelo. Inmediatamente se abalanzaron sobre el cuerpo del fantasma los 4 captores preguntando ¿Quién eres desgraciado? ¡Eres de esta o de la otra vida?, ¡responde!, ¡habla, habla miserable…!
Hasta que oyeron unas palabras que salían de entre la sotana para decir: no me maten, no se desgracien ustedes por un pobre pecador…
-Pe pecador, cojudo, no vengas con huevadas ¡pecador!...
Alguien, el más avezado del grupo, le quitó la sotana y comprobaron que era un hombre joven que se había puesto una sotana de cura que la había arreglado para que el cuello quedara sobre la cabeza y dos huequitos a la altura de los ojos.
Apenas pudo, el pobre hombre se incorporó con la tentación de huir, pero los muchachos le dijeron amenazantes:
-Hablas o tas, tas te damos el vire, ahorita mismo ¡carajo!, el cholito, muy sapo, muy valiente ¿no? Que gil eres queriendo dártelas de fantasma… ¡bestia!
Me llamo Manuel de Jesús, contestó, soy forastero y mi delito es haber amado a la niña Martha María del Cisne hija de mis patrones de la hacienda grande de la Naranja. Cuando nos descubrieron, a mí me dieron una gran paliza, me rompieron los huesos y me dejaron por muerto cerquita de la quebrada y a ella, los patrones, la trajeron al convento de las Conceptas de Loja. Apenas pude, me vine a pata para acá, en busca de mi amada. Mi taitico, que es el mayordomo de la hacienda, me dio calladito una talega chiquita con unos soles peruanos de plata. Cuando llegué aquí me presenté en el convento del Valle como lego para ayudar en los menesteres del convento. Todos los días limpio los corrales en donde los padres tienen siempre dos o tres caballos para salir en caso de emergencia a confesar a algún moribundo. Entonces, dejo sin llave la puerta del convento por donde entra la providencia. Lo demás me fue más fácil: me robe una sotana grande y vieja, le cosí el cuello y la acomodé para ponérmela encima de la cabeza para que todos se asustaran y nadie me reconociera.
Todo esto que les he contado, me ingenié cuando fui a la misa de las 5 de la mañana en la capilla de las Conceptas con la esperanza que se diera un milagro y se dio bien pronto, ¡que sorpresa tan grande! cuando la vi salir a la dueña de mi corazón a recoger la limosna en una canastita. ¿Qué ideas tan locas pasaron por mi mente? De robármela, de besarla, de amarla… Pero teníamos que ser más cautelosos y apenas cruzamos nuestras miradas. Ambos sabíamos que su padre, un viejo y terco gamonal, nos haría pagar con la vida el atrevimiento.
Después de una noche sin pegar los ojos y desesperado planeando la fuga, fui a las 5 a la misa de la aurora y cuando ella pasó a recoger la limosna le puse un papelito en donde escribí que a las doce de la noche me esperara en la parte posterior del convento, en donde yo, como señal, echaría tres silbidos suaves.
¿Qué pasa hombre?, si tú llevas casi un mes apareciéndote como el cura sin cabeza. ¿Acaso piensas que toda la vida la van a seguir viéndose así?
Lo que pasa, continuó diciendo el confundido y enamorado forastero, es que el convento tiene unas puertas tan grandes y unas paredes tan altas que es imposible escalarlos, solamente hemos podido hablarnos valiéndonos de esos pequeños orificios que quedan en los tapiales.
A ver, a ver, a mí no me vengas con cuentos cholito, dijo uno de los muchachos, Pero ¿por qué tenías que aparecerte como "cura sin cabeza" para ir a la cita?
Era la única manera de alejar a los curiosos y tener la seguridad de que nadie nos descubriría, dijo. Yo no puedo dejarme reconocer en mi pueblo y mis patrones piensan que estoy muerto.
¡No hay duda de que eres un grandísimo bestia! comentó el más borracho de los captores. Sin entender muy bien lo que oía ni lo que decía.
¡Acaba, acaba, suelta todo! dijeron los otros, fíjate que ya clarea el día y nosotros bien babosos aquí oyendo por las puras… tus cuentos.
Bueno, mi amada y yo hemos planeado la fuga para después de la misa de seis; pero todos los días ha habido algo que hacía fracasar nuestro plan y sobre todo ella tiene tanto miedo por mi vida que no se arriesga a la huida. Así han pasado los días en un infierno de angustia, por el miedo a ser descubiertos y hasta que hoy sucedió, se acabaron para siempre nuestros sueños, dijo el joven con gran aflicción.
¡Nooo! ¡Que bruto! contestaron a viva voz los cuatro captores.
¿No? repitió admirado el joven amante y luego preguntó: ¿No van a entregarme ahora mismo a los chapas?
¡Nooo! Repitieron los cuatro y uno de ellos, demostrando ese sentimiento noble y hospitalario que es proverbial en los lojanos, dijo:
Te damos la última, óyelo bien la última oportunidad esta noche de ser el "cura sin cabeza" para que vayas donde tu novia y le cuentes lo que te ha ocurrido. Y le adviertas de que si mañana después de la misa no se fuga contigo, se quedará ella para siempre en ese convento y tú te iras derechito a podrir en la cárcel. ¿Oíste?
Desde aquel memorable 24 de septiembre, día de las Miches, nunca más se volvió a ver en Loja al “Cura sin cabeza”. Tampoco nunca se supo cómo ni cuándo se escaparon estos jóvenes amantes.
Cuando los lojanos empezaban a olvidarse del Cura sin Cabeza, llegó y, nunca se supo de dónde, una extraña tarjeta postal al correo central de Loja, la misma que causó enorme agitación en esta ciudad tranquila y franciscana.
"Nuestra gratitud a los cuatro valientes y recordados amigos lojanos que nos ayudaron a hacer realidad nuestra felicidad"
f. El Cura sin Cabeza y su Amada
Zoila Isabel Loyola Román
ziloyola@utpl.edu.ec
Loja Ecuador 24 de septiembre de 2011
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