“Por qué no han de saber
que te amo, vida mía.
Por qué no he de decirlo
si fundes tu alma
con el alma mía”.
En una mesa cercana, el hombre de la guitarra canta con afinada voz esta declaración de amor, a una pareja de mediana edad que se mira profundamente, comiéndose con los ojos. Están uno frente al otro, tomados de las manos, completando el coloquio amoroso con el roce cálido de la piel de sus dedos entrelazados. Desde donde me encuentro, puedo mirar con descaro, el ansia contenida de sexo (¿o amor?), que hay en sus cuerpos. La mujer es muy bella. Podría asegurar que no es la esposa. Seguramente es su amante; si no, ¿cómo puede mirarla de aquella manera tan lasciva, tan llena de promesas por cumplir? Me entran unas ganas enormes de estar en su lugar.
“Qué importa si después
me ven llorando un día...
Si acaso me preguntan,
diré que te quiero
mucho todavía”.
Con el vaso de ron a medio consumir, me entra la nostalgia. De repente, así nomás, los recuerdos se agolpan y me noquean casi. ¿Dónde se encontrará ahora Marina? ¿Se acordará a veces o siquiera una vez de mí? Se han juntado tantos años sin verla, que a la distancia, el recuerdo que guardo de ella es el de su figura esbelta de 22 años, de senos grandes y tentadores que asomaban apenas, tímidos, por el escote generoso de su blusa ajustada; y aquellas piernas largas sin medias, suaves, de leche clara. Sé que mi recuerdo la idealiza; pareciera que el tiempo no transcurriera y que apenas ayer la hubiera tenido apretada a mi piel y a mis besos.
“Se vive solamente una vez.
Hay que aprender a querer y a vivir,
hay que saber que esta vida
se aleja, y nos deja
llorando quimeras”.
La pareja de la mesa cercana se está besando y puedo observar en ese beso tanta pasión y deseo, que aún me veo con Marina, mordiendo sus labios tentadores, mezclando su aliento perfumado y la humedad lúbrica de su boca, con la mía. Es dolorosa esta permanencia sin sentido. Ahora sé, que sigo encadenado a un fantasma que con certeza, ya no se acuerda quién fui, quién soy.
“No quiero arrepentirme después
de lo que pudo haber sido, y no fue,
quiero gozar esta vida
teniéndote cerca de mí,
hasta que muera”.
No logré que ella se quedara a cumplir mis caprichos, a entibiar mi lecho como tantas noches de aquellos lejanos días. Aún se me electriza la piel, al recordar el olor de la suya y la dulzura húmeda, de miel, de su sexo anhelante, mágico.
Sé que no voy a morirme de amor, como la “Niña de Guatemala” aquella; pero traer su recuerdo hasta este momento, se le parece mucho a morirse tantito, cada vez que su ausencia golpea inclemente.
“Se vive solamente una vez.
Hay que aprender a querer y a vivir,
hay que saber que esta vida
se aleja, y nos deja
llorando quimeras”.
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