Océano, fantasmagórico Titán,
donde, rolando, la vida mueve al navegante
con el maldito sortilegio
de internarse, siempre en el más allá,
hacia el fin de la civilización,
hacia tierras de canela, café, tuna y lúcuma.
Donde el agua sabe a sal,
y la encrespada espuma, es cosa de bizarros.
Rebelde e indomable medio
que arranca, cual ladrón, locuras temporales,
llevando a la razón, a oscuras
porfías profanadoras, como en una danza.
Tienes la profundidad del amor
y como él, la lujuria demoniaca que aviva el deseo.
Yo solo me aventuré a tus playas,
esas orillas donde la espera nunca termina.
No sé de los dulces matices
que disfrutan los que por tus lechos son acariciados.
Pero, coloso caudal salobre,
tiempo hace ya que deseo, acortar la espera
que me separa de la ola prometida
con la que he de navegar, hacia el amor correspondido. |