Extraño viento corría en mes de Noviembre. Le hacía recordar otro momento de años anteriores. Miraba por la ventana esperando quizás qué cosa, quizás nada, quizás todo.
Un día, mirando atentamente al árbol que lo acompañaba tras los ventanales, vio caer una semilla y una hoja producto del viento. Ambas revolotearon antes de golpear en tierra de su patio. El evento le pareció extraño a pesar de la simpleza y lo común. Salió al patio y recogió la semilla que venía abierta, lista para ser sembrada. La inspeccionó y entró a su casa dejando la hoja tirada en el el patio. El muchacho, joven aún, dedicó tiempo y cuidado a la semilla y vivió apasionadamente los primeros brotes de lo que en un futuro sería un árbol como el que miraba cada tarde. Se dejó llevar por la amabilidad, la preocupación y el cuidado de saber que algo grande podía salir de aquella semilla, pero notó que algo faltaba y fue ahí cuando la semilla le habló.
Necesito mi hoja, le dijo, la haz abandonado y probablemente el tiempo ya la haya enviado a otro lugar. Sin mi hoja, como árbol no daré frutos, ya que son las hojas lo primero que sale antes de ellos. Cada vez que una semilla pierde su hoja, pierde también sus frutos. Debes buscar a mi hoja y traerla.
El muchacho salió al patio desesperado, buscando la hoja que al parecer ya había emprendido viaje junto al viento y se culpó por no saber lo que la naturaleza le enseñaba. Reconoció haber estado cegado por lo que desde chico le enseñaron, y por el cariño y afecto que le entregó a la semilla dejando de lado a la hoja. Clamó a los vientos que le devolvieran la hoja y hacer feliz a la semilla pero los vientos no contestaron.
Triste y después de intentarlo un par de horas más, volvió a la semilla y le dijo que lo perdonara porque no había logrado encontrar a la hoja. La semilla le dijo que muchas veces, el viento confabula contra la naturaleza y hace que hojas pierdan el camino de las semillas por ser más livianas y las raptan consigo obligándolas a varar al mar.
Nuevamente el muchacho salió de casa y corrió hacia el mar, llamándolo respetuosamente y pidiendo que por favor le devolviera la hoja de la semilla. El mar contestó y con una ola devolvió una hoja seca, destrozada por el torrente, pero aún viva. Feliz por el hallazgo el muchacho volvió con la semilla, y colocó a la hoja al lado de ella.
Haz hecho bien, dijo la semilla al muchacho, me haz devuelto a mi hoja y juntos ahora podemos formar un árbol, pero debes dejar que la naturaleza haga su trabajo dijo la hoja, debes liberar a mi semilla de este macetero y a mí volar con el viento.
El muchacho en incertidumbre de lo que tuvo que hacer para juntar a la semilla y la hoja para que luego deba volver a separarlas, preguntó el por qué, a lo que la hoja, en sus últimas palabras contestó, el hombre cree siempre hacer bien las cosas que le dicen, pero está muy lejos de eso. La semilla cae, el hombre la recoge, la cuida y hace lo que la semilla le dice sin importar nada. Pero deja a la hoja tirada creyendo que la semilla es más importante, lo cual es falso. El hombre debería coger la hoja, dejársela al viento y volar junto a ella, la semilla se puede cuidar sola y crecer como árbol para que el hombre pueda volver a casa cuando éste esté frondoso y tenga hojas para que más hombres las recojan. |