INTROMISIÓN EN LA LLUVIA.
Lento atardecer subjetivo
en la deshilachada manta de la lluvia
que se desliza, repta por las paredes.
Anticipado cometido del otoño
que vino a sorprendernos sin ropa.
Hay una tenue calma
desde las nubes hasta la tierra,
una improvisada quietud
de vertical trayectoria.
Minúsculos y multiplicados besos.
Chispas homogéneas diseminadas.
Persistentes gotas continuas.
El aire apenas se mueve plácido
entre todas las partículas,
es tan transparente como el agua.
¡Ah! el cielo gris mimetizado
que descuelga sus semillas
hasta tocarme en el rostro.
Todo es de un solo color.
La luz se satinó de mármol
y hay un olor a cenizas húmedas.
El gris es cada vez más profundo,
más misterioso su nutrido espacio,
más impenetrable y difuso el universo.
La lluvia tiene su alma blanca,
vuela como las palomas
después aterriza
y entrega su idioma sin palabras,
su lenguaje de cristalinas chispas.
Hay quienes entendemos su sensibilidad,
su carisma de repetida identidad,
yo estoy en ella disuelto,
abstraído, absorto como un suspiro,
susceptible de romperme
en cualquier momento,
pensible de sus hilos de plata,
frágil como un segundo.
Hay algo mágico que me inmoviliza
y una mítica sensación que me eleva
y no soy mas que un recuerdo,
un abstracto acontecimiento,
un vapor sin consistencia,
un etéreo gas en la atmósfera,
una penumbra desorientada
como una desgreñada cabellera;
y a poco de nacer me extingo
en cada instante, todos los días,
es por eso que con la lluvia
me confundo y me disuelvo,
me abstraigo y me mimetizo,
y cuando quiero separarme,
visualizarme entre ella
ya estamos tan compenetrados
que no logro apartarme
si no golpeado sobre la tierra,
y entonces, de vuelta a la vida,
de nuevo a la materia
donde residen mis neuronas
y mi limitada fisonomía.
¡Espero no haber dejado secuelas
con mi intromisión en la lluvia.
11.03.2005
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