Como si fuera la única palabra
La culpa no es de la maestra, es de Luci, sentencia el padre.
Luci está sentada en el sillón, mira al suelo, se rasca la cabeza, tiene un vestido rosa manchado con mate cocido, y está descalza, y mueve los deditos. Ausente. Abstraída. La culpa no es de la maestra, es de Luci. Un perrito está junto a ella, anacrónicamente feliz, mueve la cola y jadea con la lengua de afuera. En el piso hay ropa tirada. Ropa sucia. Montones de ropa para planchar. Hay juguetes. Hay un escobillón. Trapos de piso. Papeles de diario donde el perrito orina o hace caca. Hay una computadora en el escritorio junto al televisor.
La madre sentada a la mesa ceba mate. Tiene un termo en la mano, lo inclina, vierte el agua, le pasa el mate al padre que lo contiene entre los cuatro dedos. Tiene cuatro dedos. Perdió uno trabajando, hace años, en la otra mano sostiene el informe escolar de la maestra de Luci. Lo lee. La tía y la madre escuchan, Luci escucha, y el hombre lee y ellas escuchan, y Luci no aguanta más, se larga a llorar, las lágrimas le chorrean por las mejillas.
La maestra no me quiere, dice Luci entre llantos.
El padre le pega un sorbo al mate que suena estridente y burbujeante.
Continúa leyendo.
Luci llora en espasmos, se pasa las manos por las mejillas, son regordetas y ahora están coloradas. Tiene el pelo despeinado, grueso, espeso y se lo rasca. Y los ojos rojos. La culpa no es de la maestra, es de Luci.
La tía interrumpe la lectura, ya va a pasar, dice, ya falta poco para que termine el año. Vas a tener una maestra nueva.
Pero es ella, es ella, que no pone voluntad. Mirala vos, con siete años no sabe escribir y apenas leer.
Ni hablemos de las cuentas, dice la madre.
Ella también tiene el pelo despeinado, espeso. En cambio el padre es calvo, con bigotes gruesos que le tapan el labio superior. Mueve la mano de los cuatro dedos y se explaya en el hecho de la falta de voluntad de Luci.
La tía, tiene los labios caídos mientras mira a la chica, y los ojos le brillan de lástima.
La chica llora. El perrito mueve la cola, agitado, con la lengua colgando, deambula entorno a las piernas de la chica. Mirala vos, con siete años no sabe escribir y apenas leer.
Una galletita de agua. La madre la con unta manteca. Cuando hace presión con el cuchillo la galletita se parte en pedazos. La mujer se queja. El padre dice algo sobre la porquería que son. Vuelve a leer el informe. Dice algo sobre Luci y su incapacidad de cortar con la tijera.
Yo a su edad cocía y cortaba tela, le hacía vestidos a mis muñecas, dice la mujer.
Luci vuelve a explotar en un llanto.
La maestra no me quiere, dice.
Hay cada maestra también, dice la tía.
La madre agarra otra galletita y cuando la vuelve a untar con manteca, vuelve a quebrarse. La mujer se queja.
Esta pibita tendría que aprender de Nico, tiene cinco años y ya conoce las letras.
Y los números, dice el padre.
Y las formas. El triángulo, el redondel, dice la madre.
Y el cuadrado, las líneas, los segmentos, los ángulos, las rectas. Yo a su edad cocía y cortaba tela, le hacía vestidos a mis muñecas.
El hombre agarra una galletita. Dejame a mi, dice. Sostiene la galletita en la mano con los cuatro dedos, unta manteca. La galletita se quiebra, cae sobre la mesa, en dos pedazos y migas.
Es una mierda esto, dice.
Hunde uno de los cuatro dedos en la manteca y destroza la galletita. Después la golpea con la uña y la tira al piso. El perrito corre y se la devora. El hombre se chupa la manteca del dedo.
Luci deja de llorar, otra vez se rasca la cabeza, y se pone a ver como el perrito le pasa la lengua al piso, donde estaba la galletita.
Si esta piba fuera la mitad de lo que es Nico, dice la madre.
Luci levanta la vista y la mira a la madre.
Sí, de vos hablo. ¡No sabés leer todavía!
La chica vuelve a explotar en un llanto.
Yo no pensé que me daría tanto trabajo tener esta hija, dice el padre.
Mirá, el otro día, habla la mujer, Nico agarró una birome y dibujó un elefante con una palmera y un sol. Vos podés creer que abajo puso en letras. Letras bien grandes, puso Nico Alvarado.
La tía, condescendiente, sonríe.
¡Nombre y apellido!, dice la madre.
¡El nombre y el apellido!, reafirma el hombre. Yo no pensé que me daría tanto trabajo tener esta hija.
Y a Luci hay que dictarle las letras para que escriba su nombre.
La tía la mira a la chica, con indulgencia.
El perrito esta de nuevo al lado de ella. Ella se ha recostado en el sillón. Tiene las piernas flexionadas y las dos manos bajo la cabeza. Llorisquea.
Encima no le falta nada, no se por qué es así. Si esta piba fuera la mitad de lo que es Nico.
La luz verde de la computadora indica que está encendida. El ventilador de la fuente zumba permanentemente. En la pantalla unas burbujas chocan contra los bordes, van y vienen, son de colores, en el fondo se lee la marca de la máquina.
Yo te quería decir algo, dice la tía mirando a la madre, tocándola con la punta de los dedos en la mano. Luci tiene muchos piojos, dice casi susurrando. Fijate de lavarle con vinagre. Le pones vinagre y se lo dejas unas horas y después le pasás el peinecito.
La madre se pone colorada. No sabe que contestar. Luci tiene muchos piojos.
La tía sigue hablando: porque después los piojos se le meten por debajo de la piel y se le infecta todo.
¿Muchos piojos tiene?, pregunta el padre.
Lo que faltaba, dice la madre.
Es que no le gusta bañarse.
Nunca se baña.
En un murmullo entre dientes, Nicolás se baña todo los días, dice la chica.
Los tres a la mesa se quedan mudos.
Sí, Nico se baña todos los días, reafirma la madre, severa.
Fijate lo de los piojos, agrega la tía otra vez hacia la mujer.
La otra noche, teníamos una caja de masitas, y le preguntábamos las letras a Nico. ¡Las sabía todas!
Y el día que le preguntamos los meses del año, los sabía a todos ¡Y en orden!
Ese Nico es un espectáculo, dice la tía.
El perrito camina hacia los papeles de diarios, se agacha, mea, se forma, redondo, un charquito amarillento.
Nico es inteligente, dice Luci otra vez a regañadientes.
Los tres a la mesa la miran. Se quedan así unos segundos.
¡Perro de mierda!, grita el padre cuando ve la meada en el piso.
Luci se levanta del sillón, agarra una soga que está tirada en el piso, un extremo en cada mano. Lleva la soga hacia sus espaldas y después hacia adelante, salta, salta, salta, salta, y la soga golpea en el piso, una vez, otra vez, y otra vez, y salta, salta, Luci Salta, la soga golpea, golpea, golpea haciendo un sonido como de latigazo, cada vez más rápido, cada vez más rápido, rápido, rápido, salta, salta. Los tres a la mesa la miran, estupefactos. Luci salta, salta, más rapido, más rápido, salta, salta, salta, salta, salta, y a medida que salta se desplaza, avanza, lentamente, casi imperceptiblemente, y salta, y salta, y llega hasta el charco de meada y salta, salta, en el charco, y salpica, salpica todo, el perrito mueve la cola, frenética, alegre, ¡Luci, por Dios, estás saltando en la meada del perro! La chica se detiene súbitamente, la soga cae lánguida, muerta, junto a sus pies. Luci mira el piso, otra vez los pelos le cubren la cara, los brazos flojos a un costado del cuerpo, se rasca la cabeza, va y se deja caer en el sillón y se queda mirando el piso.
Un silencio los separa por unos segundos.
La tía hace un gesto con la mano para llamar a Luci.
Vení, mostrame la computadora, le dice.
La chica se levanta desganada, con los brazos colgando, los pelos colgando sobre la cara, la espalda flexionada. Se deja caer en la silla del escritorio. Se despeja los pelos de la cara con un movimiento torpe de la mano. Mueve el mouse. La tía esta inclinada a un costado, con el rostro cercano a la pantalla. El perrito mueve la cola a los pies de Luci.
A ver…escribí algo, dice la mujer con dulzura.
La chica estira el dedo índice y presiona una tecla, después otra y otra. La madre le dice algo a la tía. Algo sobre un espectáculo del cantante Sergio Denis. Se ponen a conversar. Luci continúa presionando teclas con tosquedad, haciendo ruido.
Avísame cuando es el show y vamos, dice la tía. Después se agacha para ver la pantalla. NICO NICO NICO NICO NICO NICO NICO, eso está escrito. Luci la mira a la tía, sonríe inclinando la cabeza sobre el hombro, salta de la silla y corre. El perrito corre detrás de ella. El padre y la madre, y la tía la siguen con los ojos para verla meterse en el baño.
Lucí cerró la puerta, la toalla colgando se pendula ampliamente. NICO NICO NICO NICO NICO NICO NICO. Se sienta en el inodoro, contrae los músculos de la panza, hace pis. Yo nunca pensé me daría tanto trabajo esta piba. Luci escucha como la orina cae en el agua del inodoro. Termina. Se para y se sube la bombacha por debajo del vestido rosa. Nico es inteligente. Y a Luci hay que dictarle las letras para que escriba su nombre. Se queda parada junto al inodoro, se inclina y observa el reflejo de su rostro en el agua amarillenta de orina. Tira de la cadena. El agua se vuelve transparente y ella sigue mirándose en el reflejo. ¡No sabés leer todavía! Si esta piba fuera la mitad de lo que es Nico. La mitad de lo que es Nico. Piensa en Nico, Nico es sonriente, y tiene el pelo corto porque los chicos tienen el pelo corto. Recuerda la imagen de Nico. Puede verlo. Verlo en el reflejo del agua del inodoro. La culpa no es de la maestra, es de Luci. Mirala vos, con siete años no sabe escribir y apenas leer. Va hacia el botiquín, lo abre, saca un tijera. Vuelve a mirarse en el reflejo del agua del inodoro y se corta un mechón de pelos. Luego otro, y otro, se cortajea todo el pelo, toda la cabeza, acá, allá, el flequillo, la nuca, por sobre las orejas. Si fuera la mitad de lo que es Nico. Están todos los pelos cortados en el piso. Se queda en silencio. Escucha al perrito rascar la puerta desde afuera. La abre y lo hace pasar. El perrito entra y comienza a revolcarse en los mechones desparramados juntos al inodoro. Ella se mira en el reflejo del agua, ahora tiene el pelo corto, como un chico. Nico es inteligente.
Luci aparece en el comedor. Lleva una sonrisa impostada en el medio de la cara, el pelo corto, desprolijo, mechones desparejos, partes peladas, parece un pollo al que lo agarró una tormenta. Camina con la espalda un poco flexionada, los brazos colgando con desgano, como si caminara hacia un paredón de fusilamiento.
¿Qué hiciste, Luci?, grita la madre.
¿Qué hiciste, Luci, Dios mío?, exclama la tía.
El perrito se le adelanta a la chica, se detiene en el centro del comedor, se agacha, hace fuerza, dos soretitos marrones verdosos caen al piso.
¡Perro hijo de puta!, grita el padre. Tiene en el aire la mano con los cuatro dedos, la mueve amenazante, se acerca al perro que está encogido de miedo y lo agarra y lo revolea sobre el sillón. El hombre lo vuelve a insultar y la mano en lo alto como un tridente demoníaco se agita vigorosa. El perro gime, acurrucado, con la cabeza entre las patas.
Luci ya no tiene la sonrisa en la cara. El padre se sienta a la mesa y se agarra la cabeza.
Por lo menos ahora con el pelo corto se le van a ir los piojos, dice la madre.
Luci atraviesa el comedor y se sienta a la computadora. Mira la pantalla con el protector de las burbujas que van y vienen caóticas. Se pone a perseguir con la vista a una burbuja roja que golpea en el margen derecho, después sube, después hacia el otro costado, baja, sube y estalla para desaparecer y dar lugar a otra burbuja azul. La chica mueve el Mouse. Las burbujas desaparecen. Mira hacia donde están los padres y la tía. Si le pidieran que escribiera algo escribiría NICO, NICO, NICO, una y otra vez, lo repetiría hasta el cansancio, más allá del cansancio, NICO, NICO, NICO, NICO, escribiría esa palabra como si fuera su nombre, como si fuera la única palabra del mundo.
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