Ella estaba ahí,
A mi espalda, a mi costado,
Ruñía como un perro los huesos de mi carne,
Estaba hambrienta, necesitada,
Jamás había amado,
Seguramente no lo haría,
Y abrazaba con fuerza pretendiendo atarme,
Pero se…. equivocaba,
Me zarandeaba, y arrepentida, me abrazaba,
Ella estaba excitada, no sabía lo que hacía…
No era bueno, ni malo,
Era extraño y vacio,
Cuanta lastima por delante…
Y volvía en si con un grito,
Manoteaba, y sus ojos, como se retorcían,
Asumo por el movimiento de su boca que me hablaba,
Pero de sopetón perdí el oído,
Sangró entonces su labio mordido por sus dientes,
Coloreó de fiebre su rostro,
Rezó, suplicó y de pronto,
Una espuma blanca, brotó de su embocadura,
Juntó sus manos hacia el cielo,
Llovió como nunca, o más bien, como siempre,
Pero por una razón,
No sentí un algo, no sentí nada,
Al fin había dejado de amarla.
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