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Salí de mi casa envuelto en un halo de fastidio. No tenía un rumbo fijo, sólo quería distraer mi soledad con un poco de costumbre; aunque en los últimos días la soledad se había convertido en mi rutina. Caminé por una larga avenida casi en penumbras buscando algún lugar abierto donde pudiera sentirme de nuevo humano. Extraña situación, justo cuando había llegado a la mitad de la enorme avenida, descubrí un gran árbol plantado en medio de la calle. Así es, por increíble que parezca, el tronco de aquel enorme árbol salía desde el concreto extendiendo sus múltiples ramas por encima de la noche. Mi curiosidad me obligo a inspeccionar más detenidamente el aspecto de aquel extraño follaje. La luz de la luna caía directamente sobre el árbol iluminándolo fríamente; gracias a esto pude observar que de sus ramas colgaba un extraño fruto de color morado, parecido a un higo, de piel escamosa y enormes proporciones. Por un momento pensé en estirar la mano para sentir aquella extraña piel, no pude levantar el brazo y seguí mirando.
Aburrido de la observación, decidí reanudar mi marcha deseando que aquel enorme árbol se desplomara sobre mi cabeza para acabar así, de una vez, con mi insoportable hastío. Justo cuando terminaba de dar el primer paso, escuché el sonido de un cuerpo cortando velozmente el aire a mis espaldas. Giré repentinamente y sólo pude descubrir una espesa niebla que se extendía a lo largo de la avenida, nada más. Avancé un par de pasos cuando de pronto un enorme y pesado objeto cayó del árbol sobre mi espalda golpeándome con tal fuerza que caí sobre mis rodillas. Al tratar de incorporarme un enorme y velloso brazo me tomó por el cuello tirando de mi cabeza como si quisiera arrancármela de un solo golpe. Traté de resistir, no sé cuánto duró la lucha, pero cuando estaba a punto de darme por vencido, la extraña criatura me soltó y se alejó trepando con gran rapidez entre las ramas del árbol. Logré ponerme de pie y salí de inmediato de ese espantoso lugar.
De aquel extraño ser sólo puedo recordar su gran agilidad parecida a la de un felino, aunque su silueta se asemejaba más bien a la de un humano.
Lo que no puedo entender es cómo a pesar de sentir tanto desprecio por la vida me haya aferrado a ella con tanta vehemencia. No lo sé, tal vez tenga que ver con eso que llaman instinto de supervivencia; si es así, me alegra tenerlo… o quizá no.

Texto agregado el 10-11-2011, y leído por 118 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-10-2016 el arbol de los frutos del mal satini
10-11-2011 Buen relato . autumn_cedar
 
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