- Imposible: hace qince días que no llueve, me respondieron cuando expliqué por qué andaba con impermeable y paraguas. Lo cierto es que media hora antes, cuando salí de casa, caía un diluvio, como también lo es que al momento del diálogo que acabo de resumir el cielo estaba totalmente despejado y apretaba el calor, lo cual me hacía sentir algo ridículo con mi indumentaria.
Ese fue el primer indicio de que algo extraño sucedía, aunque en ese momento no lo interpreté de esa manera. Mi primera reacción se produjo bastante después, al advertir una larga fila de vehículos haciendo cola en un lugar que no era una estación de servicio, aunque tenía unos dispositivos con algún parecido con los surtidores, en los que rezaba “LH2”
Mi cerebro decodificó la sigla antes de que tuviera tiempo de pensarlo: hidrógeno líquido. ¿Hidrógeno líquido? ¿Cómo mierda puede ser que hayan instalado todo ésto en tan poco tiempo, si cuando pasé hace un rato acá había un terreno baldío? Eso pensé, con disculpas por la palabra soez, pero quiero que el relato sea fiel. Y no cuento, para no herir oídos sensibles ni cansar con el relato, lo que pensé acerca de la escena disparatada: la tecnología no estaba lo suficientemente ajustada, ni existía un parque automotor preparado para abastecerse de este combustible. Imposible creer lo que estaba viendo, lo siento por la observación crítica, el empirismo y Galileo Galilei.
La conclusión era sencilla: estaba soñando, pronto me depertaría y al rato ni siquiera podría recordar nada de todo ésto, ni siquiera para usarlo como argumento y escribir algo de corte fantástico.
Continué respetando las señales y normas de tránsito mientras regresaba (o eso creía), pese a que resultaba bastante absurdo hacerlo en un sueño, en que todo es tan loco.
En otro orden, me llamó la atención no cruzarme a nadie que estuviera haciendo mensajes con su teléfono celular, pero tratándose de un sueño todo podía ser. Después de todo no podía extrañarme un detalle nimio, cuando todos andaban disfrazados y más de uno se desplazaba a medio metro del suelo, mientras que otros cruzaban una avenida por un puente elevado, pero inexistente. Recuerdo que en ese momento, en particular, pensé que seguramente sería esencial si debía hacer caso a las frases del botarate del Principito, y disfuté de mi propio ingenio.
Me preocupó, aunque no en demasía (los sueños son así) no encontrar mi casa donde debería haber estado: el lugar estaba ocupado por una construcción bastante extraña, con su entrada custodiada por un perro uniformado que me miró con cara de pocos amigos.
No le presté la más mínima atención, subyugado por la imagen que me devolvía la superficie bruñida de las paredes metálicas: un viejo que parecía salido de otro tiempo me miraba a los ojos.
Entonces comprendí todo de golpe, y no porque me hubiera despertado, ni nada por el estilo, sino porque el viejo era yo. Con unos cuantos años más, por supuesto. |