Muerte desdeñosa, talentosa en tu arte de esquilmar existencias
hoy apuntaste tu guadaña impertérrita en donde no debías hacerlo
y has sesgado la vida de una mujer que sabía de su estigma, pero
que, temeraria, te desafiaba siendo simplemente feliz, imperdonable exceso
para tus ojos sepulcrales que sólo saben de luto, dolor y sangre.

Te la llevaste como fruto arrebatado al árbol fecundo sin imaginar
que las lágrimas derramadas por los suyos podrían fomentar un río
de plegarias insolutas, una especie de oración desesperada para que
el que está sobre tí impere sobre tus designios y la devuelva a esta vida,
etérea, incierta, pero latiendo con fuerzas su corazón hoy silenciado.

Y aún si ella no regresa, quienes la lloran, no la lloran en vano
porque en torno a su tumba crecerá la esperanza y sea la fe que tengan
los suyos, el amor no se apagará nunca y tu misión esta vez será la más estéril…